domingo, 16 de noviembre de 2014


El ser humano juega un doble papel desde que llega al mundo. Su forja como ente individual se ve enturbiada con el aspecto o aspectos que ha de mostrar en sociedad. Tal dualidad, consabida, no parece tener relevancia, pero si bien se mira constituye un reto bastante peligroso.

Descuidar la integridad particular en pro de una sociedad inicialmente necesaria, menoscaba día a día el gozoso equilibrio que no puede justificarse con peregrinos razonamientos sociológicos.

Cabe entonces preguntar dónde queda el individuo, qué piensa sobre sí mismo, cuáles son sus emociones intrínsecas.

El siglo XX se inició con un exuberante entusiasmo de lo colectivo, olvidando la parte individual que necesariamente requiere de cuidados y enmiendas. Ese concepto cuya explicación no ha sido debidamente justificada, la sociología, engloba un sumatorio de personas que en absoluto obedece a sus aportaciones originales.

La sociedad, por tanto, debe ser definida como el comportamiento que cada individuo tiene en un colectivo amorfo. Hay muchas preguntas que no tienen respuesta sobre ello. Para asumir el detrimento individual, agregamos conceptos tales como la moda. Y ahí cabe todo.

Está de moda esto, aquello o lo otro. ¿Qué moda es esa? Y mejor todavía: ¿qué aporta dicha moda a la sociedad y al individuo que la constituye?

El alcohol se conoce desde épocas inmemoriales. No puede sorprendernos a estas alturas de la civilización. En oriente sucede lo mismo con los opiáceos. La moda que todo parece poder acreditarlo está repleta de errores.

Hemos llegado a un extremo tan absurdo donde preguntar, a título de ejemplo, por qué un sujeto gasta pantalones de vaquero no tiene respuesta ni desde luego explicación. Para ello se emplea ese término tan manido denominado «moda.» Todo está justificado, se torna en plausible lo que no puede tolerarse, y se van agregando sugerencias fluctuantes que lejos de buscar la raíz del problema lo agravan hasta el puro delirio.

Si la sociedad fuera el comportamiento del sujeto ante el colectivo, no habría moda, sino una grata aportación personal al contexto relacional humano. Tristemente sucede justo al revés, que esa «moda» del colectivo va modulando la personalidad del sujeto hasta deformarlo.

¿Quién hace la moda? Nadie en particular, claro. Alcanza con examinar las costumbres sociales que hoy imperan y prometen un regreso a siglos atrás. Nadie inventa nada, sólo se emplea lo que más reclama el colectivo para beneficio de unos pocos miserables.

Esto, que parece no tener importancia, empieza a constituir, y desde muy jóvenes, una deformación de la personalidad hasta el punto de que la misma se diluye en el vasto y opaco deterioro colectivo. ¿Dónde queda el individuo luego de la «moda»?

Cada persona goza de un don que por lo general no conoce. La más importante labor individual estriba en buscar dicho talento y desarrollarlo para beneficio propio, pues es la única manera de ser útiles frente al colectivo.

Debemos evitar que la sinrazón externa destruya nuestra personalidad y la absorba para formar parte de ese estercolero donde todo parece estar justificado, hasta el punto de no saber quiénes somos cuando cada mañana, tarde o noche, nos miramos frente al espejo.





Francisco F. Micol

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