El ser humano juega un doble
papel desde que llega al mundo. Su forja como ente individual se ve enturbiada
con el aspecto o aspectos que ha de mostrar en sociedad. Tal dualidad,
consabida, no parece tener relevancia, pero si bien se mira constituye un reto
bastante peligroso.
Descuidar la integridad
particular en pro de una sociedad inicialmente necesaria, menoscaba día a día
el gozoso equilibrio que no puede justificarse con peregrinos razonamientos
sociológicos.
Cabe entonces preguntar dónde
queda el individuo, qué piensa sobre sí mismo, cuáles son sus emociones
intrínsecas.
El siglo XX se inició con un
exuberante entusiasmo de lo colectivo, olvidando la parte individual que
necesariamente requiere de cuidados y enmiendas. Ese concepto cuya explicación
no ha sido debidamente justificada, la sociología, engloba un sumatorio de
personas que en absoluto obedece a sus aportaciones originales.
La sociedad, por tanto, debe ser
definida como el comportamiento que cada individuo tiene en un colectivo amorfo.
Hay muchas preguntas que no tienen respuesta sobre ello. Para asumir el
detrimento individual, agregamos conceptos tales como la moda. Y ahí cabe todo.
Está de moda esto, aquello o lo
otro. ¿Qué moda es esa? Y mejor todavía: ¿qué aporta dicha moda a la sociedad y
al individuo que la constituye?
El alcohol se conoce desde épocas
inmemoriales. No puede sorprendernos a estas alturas de la civilización. En
oriente sucede lo mismo con los opiáceos. La moda que todo parece poder
acreditarlo está repleta de errores.
Hemos llegado a un extremo tan
absurdo donde preguntar, a título de ejemplo, por qué un sujeto gasta
pantalones de vaquero no tiene respuesta ni desde luego explicación. Para ello
se emplea ese término tan manido denominado «moda.»
Todo está justificado, se torna en plausible lo que no puede tolerarse, y se
van agregando sugerencias fluctuantes que lejos de buscar la raíz del problema
lo agravan hasta el puro delirio.
Si la sociedad fuera el
comportamiento del sujeto ante el colectivo, no habría moda, sino una grata
aportación personal al contexto relacional humano. Tristemente sucede justo al
revés, que esa «moda» del colectivo va
modulando la personalidad del sujeto hasta deformarlo.
¿Quién hace la moda? Nadie en
particular, claro. Alcanza con examinar las costumbres sociales que hoy imperan
y prometen un regreso a siglos atrás. Nadie inventa nada, sólo se emplea lo que
más reclama el colectivo para beneficio de unos pocos miserables.
Esto, que parece no tener
importancia, empieza a constituir, y desde muy jóvenes, una deformación de la
personalidad hasta el punto de que la misma se diluye en el vasto y opaco
deterioro colectivo. ¿Dónde queda el individuo luego de la «moda»?
Cada persona goza de un don que
por lo general no conoce. La más importante labor individual estriba en buscar
dicho talento y desarrollarlo para beneficio propio, pues es la única manera de
ser útiles frente al colectivo.
Debemos evitar que la sinrazón
externa destruya nuestra personalidad y la absorba para formar parte de ese
estercolero donde todo parece estar justificado, hasta el punto de no saber
quiénes somos cuando cada mañana, tarde o noche, nos miramos frente al espejo.
Francisco F. Micol
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