miércoles, 27 de noviembre de 2013

¿Quién ha dicho que la Gran Extinción, ocurrida hace 251 millones de años, es cosa del pasado? Las extinciones no se han acabado. Justo en el mismo instante en el que estoy escribiendo esto y en el que tú, lector, lo estás leyendo, justo ahora, estamos viviendo una, y gorda. Las cifras son abrumadoras. Mientras que en el pasado se extinguía una especie cada 500 a 1.000 años, hoy en día perdemos entre 10.000 y 20.000 al año. ¡¡10.000 a 20.000 especies al año!! No quedaría bicho viviente sobre la Tierra (ni siquiera estaríamos nosotros por aquí) si no fuera porque la biodiversidad actual es enormemente grande y, por supuesto, muy superior a la de eones atrás. Se ha catalogado ya un millón y medio de especies. Se estima que hay entre 4 y 40 millones, desconocidas y ocultas en los más recónditos lugares del planeta, es decir, en aquellos sitios en los que el hombre no ha ejercido todavía una explotación masiva del terreno y sus recursos. En nuestro país contamos con la mayor biodiversidad de Europa, a pesar de los graves problemas ambientales que viene acarreando desde hace tiempo. Sólo gracias a asociaciones ecologistas y a personas que luchamos por cambiar el concepto que se tiene de la naturaleza con el objetivo de lograr una convivencia equilibrada entre el hombre y el ecosistema, todo esto podrá tomar un brusco giro, con el tiempo…

Las extinciones, sin embargo, no han supuesto, ni supondrán, nada malo más allá de la propia desaparición de ese acervo genético único en la historia. Cuando una especie desaparece, su nicho ecológico (así es como se le llama a la función que realiza cada especie en el ecosistema) será ocupado por otra nueva, y por tanto la extinción de unas especies dan paso a otras completamente nuevas. Éstas presentarán unas características morfológicas y fisiológicas mejores a las anteriores en cuanto a la adaptación al medio se refiere, características que les servirán por tanto para aumentar sus probabilidades de supervivencia. Aquí es donde entrarían el señor Charles Darwin y el señor Gregor Mendel a decirnos que ciertos ejemplares de cada especie sufrirían mutaciones aleatorias dando lugar a rasgos que las diferenciarían del resto. Al final sólo quedarían los individuos con aquellos rasgos que les permitieran estar un paso por delante del resto y por tanto sobrevivir más fácilmente a las dificultades del entorno. Luego transmitirían estos rasgos a la descendencia y tendríamos a la nueva y mejorada especie.

Es preciso resaltar también cómo casi cada día se descubren especies nuevas. Esto sucede gracias al esfuerzo en muchos casos muy poco reconocido de unos pocos “locos” que se pasan el tiempo buceando en una cueva subterránea de las estepas de Tayikistán para investigar un alga microscópica o escondidos en una canoa indígena de un arroyo perdido en las selvas brasileñas para observar un pájaro que sólo sale a cantar a las 4 y veinte de la mañana. Desde aquí quiero agradecerles a todos ellos el gran trabajo que están realizando.

Pero, ¿qué es la biodiversidad? Este término engloba la cantidad de especies, animales y vegetales, presentes en un lugar, así como la cantidad de ejemplares de cada una. En España gozamos de la más alta de toda la Unión Europea, y disfrutar de semejante fortuna debe ir de la mano del mantenimiento de la misma. La conservación de la naturaleza, aunque parezca mentira, no es cosa de unas décadas. Desde hace mucho tiempo, diversos personajes, anónimos o no, se iniciaron en la protección de las especies. Y, gracias a estos pocos interesados, se han salvado animales como el ciervo del Padre David, el ganso hawaiano o el bisonte americano.
Una de las cosas que me gustaría destacar acerca de la conservación consiste en que los medios casi siempre se empeñan en resaltar el riesgo que sufren las especies animales. Éstas obviamente nos resultan más cercanas y, digamos, “activas” (cosa que tampoco es cierto). Sin embargo, no deberían evitar que la desaparición de las plantas y demás organismos vivos quedara en la sombra. Todos ellos constituyen la verdadera base de la vida, aunque parecen estar condenados al olvido y la ignorancia para la mayor parte de la sociedad. Si tuviera que enumerar sus beneficios, los llamados productores en el caso de los organismos autótrofos (que se nutren por sí mismos, fabricando su propio alimento orgánico a partir de sustrato inorgánico) y descomponedores en el caso de los organismos saprófitos (que se alimentan de materia orgánica muerta o en descomposición, transformando la materia orgánica en inorgánica y cerrando por tanto el círculo), no acabaría nunca. No me parece prescindible hacerlo, así que he aquí una breve semblanza de sus beneficios e intervenciones más destacables, gracias a las cuales los animales pueden poblar la Tierra: aireado y formación de los suelos, infiltración del agua y formación de acuíferos, aporte de oxígeno y nitrógeno al ambiente, creación de una atmósfera oxidante y de un ambiente aerobio, filtración de gases contaminantes y fijación de la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera, regulación del clima, absorción de residuos y gases perjudiciales,… La lista es interminable.

Una vez tratado brevemente el tema de la biodiversidad, pasemos a ver cómo hemos llegado a ponerla en peligro.
Seguramente exista aún gran cantidad de gente que den la espalda a los problemas ambientales que viene arrastrando nuestro planeta. Sería tan complicado aunarlos todos en este escrito que prefiero referirme únicamente a algunos de los más importantes. Muchos de ellos están presentes, y de qué manera, en nuestro país, aunque gracias a proyectos y organizaciones conservacionistas apoyados por instituciones gubernamentales cada vez están más controlados.

Me atrevería a decir que el problema más acuciante de todos es el de la sobrepesca. La campaña contra los mundialmente conocidos “pezqueñines” ha ayudado en gran medida. Pero hay que pensar en lo que ha aumentado el número y tamaño de las embarcaciones pesqueras y en la mejora tecnológica de las artes de la pesca, véanse GPS y sonar, además de las gigantescas redes de kilómetros de longitud que casi filtran el océano en busca de todo bicho viviente que se ponga en su camino. Arrasan las praderas de Posidonia oceanica, equivalentes a los arrecifes en el Mediterráneo, las que luego vemos depositadas en las orillas de las playas, y cuya extensión yo mismo veo cómo va mermando cuando voy a bucear. También acaban con los fondos marinos, causan un estrés increíblemente elevado a los peces y crustáceos, y atrapan numerosas especies que no son económicamente rentables o están prohibidas, las llamadas “descartes pesqueros”, que si bien como su nombre indica son devueltas al mar, muchas de ellas regresan con heridas graves, nerviosismo extremo o incluso sin vida. Entre ellas, delfines, tiburones, tortugas o aves marinas, todos ellos grupos animales con infinidad de especies en peligro de extinción. Este tipo de pesca de arrastre ha causado además que 16 de los 20 caladeros mundiales más importantes estén agotados. Cifras demoledoras.

En tierra, donde la biodiversidad es claramente menor, el problema equivalente sería la caza no controlada. Primero quiero explicar brevemente, para todo aquél que esté en contra de la caza en general, los beneficios de este deporte. Sé de qué hablo pues he mantenido varias conversaciones con mi tío, el apasionado cazador de la familia. En primer lugar, es beneficioso para el cazador, como todos suponemos, pues se realiza una buena actividad física no por el acto en sí de disparar sino por el ejercicio al caminar por terrenos a menudo tan salvajes y de difícil acceso. Además hay que darse cuenta de que el cazador es una de las personas más apasionadas y conscientes de la naturaleza y su equilibrio. Por otro lado, es especialmente bueno para el ecosistema, pues con la disminución por causas antrópicas en las poblaciones de grandes carnívoros (lobo, oso pardo, lince) se hace necesario un control en el número de ejemplares de cada especie, que de otro modo se dispararía y derivaría en una situación insostenible que se zanjaría con la destrucción natural del ecosistema. Destacar además que el período de caza sólo se abre en momentos en los que las especies no están criando, y que muchas especies están totalmente prohibidas bajo fuertes multas. Muy pocos cazadores se atreven a saltarse estas normas, y menos en países desarrollados como el nuestro.
Sin embargo, la caza no controlada sí que puede llegar a ser muy peligrosa. En países del Tercer Mundo aumentan cada vez más el número de efectivos que patrullan las reservas naturales para evitar la infiltración de cazadores furtivos que acaben con los pocos individuos de, qué se yo, rinoceronte negro, elefante, gorila de montaña o tigre de Bengala. Y el fin de estos “individuos” no es otro, como ya sabéis, que sacar una gran suma de dinero generalmente porque unos pocos creen que el cuerno del rinoceronte tiene propiedades curativas o afrodisíacas… Con el tiempo se espera que estas malditas leyendas vayan desapareciendo.

Otro problema muy común es el de los vertidos, que puede aparecer de la manera más sencilla, y que en cambio para desaparecer requiere un esfuerzo natural sin precedentes. Los ríos arrastran compuestos químicos y orgánicos de todo tipo que industrias, domicilios y servicios producen; las actividades costeras implican más vertidos, generalmente de aguas calientes con una elevadísima concentración de sal, producto de las desalinizadoras; y los grandes petroleros, con sus accidentes y su limpieza en los puertos, ocasionan las mayores catástrofes que podrían ocurrir en el mar. ¿Las consecuencias de éstos últimos? Las aves marinas se intoxican, pierden flotabilidad y se hunden o son incapaces de retener el calor y mueren. Las algas y organismos fotosintéticos del fondo no reciben luz y fallecen también. Los peces quedan atrapados en las oscuras masas del crudo. Los fondos oceánicos se cubren de una gruesa capa pegajosa y aniquiladora. Y entran en escena los servicios de emergencia, voluntarios, patrullas de limpieza, grupos conservacionistas,… Incluso se están desarrollando organismos que, modificados genéticamente, sean capaces de transformar los hidrocarburos del crudo en compuestos orgánicos fácilmente digeribles por los propios organismos marinos, y que no se dispersen fácilmente con los movimientos oceánicos. Pero a pesar de todo perdemos millones de especies. El océano, el origen y la base de la vida, tarda largo tiempo en recuperarse.
Este tipo de circunstancias que igual nos resultan algo lejanas no dejan de ser algo absolutamente habitual. Descubrí atónito que tanto en los laboratorios de mi antiguo colegio como en los de mi instituto los propios profesores de química o biología incitan a los alumnos a verter las sustancias con las que han trabajado, mayoritariamente tóxicas, por los lavabos. Y, en fuerte contraste, en casa nos esforzamos en almacenar todos aquellos objetos, sustancias o materiales perjudiciales hasta que los llevamos todos juntos al Punto Limpio.

Un problema casi mayor en los océanos que en tierra: el plástico. Ese invento que cambió el curso de las cosas, ese producto innovador que ha invadido nuestras vidas y ahoga nuestras casas. Yo mismo quedo impactado cuando por cada bolsa de basura orgánica que producimos en casa salen dos o tres de plástico. ¿Realmente lo necesitamos tanto? ¿No existe ningún otro material que lo sustituya sin perjudicar de tal manera al medio ambiente? Este plástico, que por desgracia tarda muchísimos años en biodegradarse y encima es tan abundante y la gente lo recicla tan poco, viaja miles y miles de kilómetros de distancia hasta posarse en algún punto del planeta. Y claro, tratándose del Planeta Azul donde vivimos, la mayor cantidad se acumula en los océanos. Se ha detectado una inmensa bola de plásticos en el Pacífico que amenaza con aumentar de tamaño y seguir atrapando en sus laberínticas entrañas a toda criatura que ose a acercarse. Una sencilla forma de evitar los problemas que derivan del plástico, algo que siempre que me acuerdo hago: cortar los aros de plástico que rodean las latas de refresco. Muchos animales marinos lo agradecerán.

Siguiente problema: la tala indiscriminada de árboles. Cuántas veces habremos oído hablar de este término. Pues yo insisto: entre Brasil, Perú, Bolivia, Venezuela, Guayana y unos pocos países más se reparte la selva del Amazonas. Inmensa, cualquiera podría pensar que no corre ningún peligro: con los 600 millones de hectáreas de bosque tropical (un 7% de la superficie terrestre) porque unas pocas se pierdan no pasaría nada. Tampoco porque lo hagan algunas de las especies que allí habitan (el 70% de las especies animales y vegetales mundiales, entre las cuales el 33% de los insectos y el 11% de las aves). Ahí van estos datos, que creo hablan por sí solos:
• En cada 10 kilómetros cuadrados de selva amazónica encontramos de media unas 125 especies de mamíferos, 400 de aves y 100 de reptiles. Una sola hectárea de terreno puede llegar a albergar hasta 50 especies de árboles diferentes. Un solo árbol puede dar cobijo a unas 80 especies de Epifitas (Bromelias, Orquídeas...) y 43 especies de hormigas.
• Sólo en la década de los 80, Brasil perdió 37 millones de hectáreas de selva tropical. ¿Razones? Incendios provocados y tala para obtención de madera y ampliación de cultivos e infraestructuras. Lo de siempre.
• Al día desaparecen 5.200 hectáreas de selva, es decir, 8 campos de fútbol por minuto (unas 40 ha).
• En los últimos 50 años la superficie arbolada de la Tierra ha disminuido más de un 35%, y se calcula que en el año 2025 desaparecerán todas las selvas tropicales del planeta.

Pero en fin, no es mi intención exponer una interminable retahíla sobre los problemas del Amazonas. Creo que es un tema lo suficientemente tratado como para no insistir mucho en él. Sin embargo, me parecía incuestionable su mención. Como añadido, destacar que sin este “pulmón verde”, además del resto de bosques del planeta y la imprescindible ayuda de los océanos, los billones de toneladas de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero que emitimos continuamente y que son causantes de la aceleración del calentamiento global natural no serían absorbidos por estas entidades naturales y acabaríamos asfixiándonos en nuestros propios residuos gaseosos, haciendo de nuestra existencia un absoluto calvario. Pensemos en ello.
Desde pequeño, etapa durante la cual no me perdía una cita, el Día del Árbol me parece una medida realmente buena para contribuir con el medio ambiente en este aspecto, no sólo para el entorno sino también para fomentar la mentalidad de plantar árboles entre la comunidad. Me hace sentir bien. Ahora lo entiendo.

Acerquémonos a España. Veamos cómo está la cosa. Hoy por hoy, dos de las prácticas más aberrantes y arcaicas de nuestro país a las que no se les da la debida importancia son la captura indiscriminada de fringílidos (véanse canarios, jilgueros, verdecillos y demás familia) y la colocación de venenos. La primera reduce las poblaciones de estos pajarillos notablemente, y si bien todavía no ha llegado a su extremo, ¿quién sabe cuándo lo hará? No sólo tenemos además a las especies mencionadas, sino también a otras que como los lúganos han visto mermada su distribución en España de manera espectacular, hasta alcanzar valores poblacionales realmente preocupantes. Hay que pensar que el único objetivo de estas capturas es el de disfrutar de los melodiosos cantos de estos pájaros y hacer que críen en cautividad. Y digo yo, ¿qué mejor manera que hacer una salida al campo para disfrutar de estas aves en su estado natural? En cuanto al segundo tema, me parece increíble que aún se siga especulando con las historias de viejas sobre lobos hambrientos y osos sedientos de sangre que se abalanzaban como posesos sobre pobres corderos indefensos. Por supuesto, no niego que en momentos de necesidad recurrieran estos animales a los rebaños, pero de ahí a que se convirtiera en una costumbre… y mucho menos actualmente, cuando por desgracia casi los únicos lobos que podemos ver están en el zoo. Yo me pregunto, ¿para qué usar venenos hoy en mitad del campo? ¿Qué sentido tiene colocar cebos en lugares sin cultivos? Creo que nunca tendré la respuesta. Y encima, las aves que pasan por allí se llevan la peor parte. Porque precisamente mueren decenas de buitres negros y leonados, alimoches, águilas imperiales y milanos reales y negros al año por culpa de esta práctica. Por cierto, aquí va un número para guardar en el móvil con el fin de comunicar a agentes ambientales la detección de algún tipo de animal muerto por envenenamiento (animal que en ninguno de los casos hay que tocar): 900 713 182.

Y para mí, al margen de los incendios del noroeste del país, la sobrepesca, el turismo y la masificación del suelo, la sobreexplotación de las aguas, la contaminación de aire, agua y suelo, el aumento demográfico y la expansión de las infraestructuras, y la degradación de las costas, otro de los problemas más importantes de España (y de Europa) es el comercio de especies exóticas. El ilegal está muy controlado en nuestro país y en casi todo el continente; no respondo del resto del mundo. Las especies en peligro pueden estar tranquilas, que hacia acá es rarísimo que vengan, no así ocurría hace pocos años. Pero claro, luego está el legal. Porque me parece bien que en los parques zoológicos se acomode a muchas especies animales para protegerlas y conservarlas (que ha de ser LA prioridad de los zoos, y no el disfrute del público sin que antes disfruten los animales con recintos espaciosos y todas sus necesidades bien cubiertas). Pero a nivel del minorista, digamos, ya es otro tema. Los animales vienen y van como objetos, en espacios reducidos al máximo y con las necesidades básicas dudosamente cubiertas, por no hablar de las avanzadas… No soporto entrar en una tienda de mascotas y acercarme a la zona de los reptiles y las aves, y no sé cómo alguien puede pasar por ahí sin pensar lo que yo. ¿Es posible que un lagarto de 40 centímetros en un terrario de 50x50, esté cómodo, con un foco enorme calentándolo todo el día, sin lecho, con un bebedero de agua sucia y sin más compañía que una rama minúscula? Siempre me he dicho que quien diseña esos terrarios piensa más en la comodidad del vendedor de animales que en el bienestar de sus inquilinos. Y con las aves, igual, aunque quizás aquí el tema sea peor. Con los reptiles y los anfibios, como mucho, les puede pasar que el galapaguito de turno que se ha comprado al niño para su cumpleaños ya no sea galapaguito sino un quelonio de medio metro al que el acuario sólo le sirve de orinal. Pero con los pájaros ya es otra cosa. Algo muy común es que uno compra una cotorra adorable, de un plumaje espectacular, y la lleva a su casa. A los dos días estás tan harto de sus interminables monólogos y ensordecedores cotorreos que abres la terraza y ¡adiós, problema! Esto que parece de cómic se puede ver fácilmente en las grandes ciudades de Madrid y Barcelona. Yo iba el otro día por la autovía para entrar a Madrid y un bonito grupo de 8 ejemplares de cotorra de Kramer cruzó tan contento, como si toda la vida hubiera vivido aquí, por delante de mis ojos. Meses después, volvía a aquella ciudad para deleitarme observando las crías que ya cotorreaban en las decenas de nidos en un parque de la capital.
Más de uno pensará que unos pocos ejemplares, tan bellos como los ha hecho la naturaleza, no hacen daño alguno. Pero el problema está en que se reproducen con éxito rotundo y a velocidad escalofriante. Mientras permanezcan en las ciudades, sólo competirán con otros pájaros de menor calibre. Pero en el caso de otras especies, como el muflón, el arruí, el visón o el cangrejo americano, han colonizado hábitats naturales, no creados por el hombre, y han causado pérdidas de especies ibéricas que han tenido que ser rescatadas de la extinción. La razón es que han sido desplazadas por las invasoras, que no encontraban depredador alguno y en cambio, sí grandes cantidades de alimento. Pero el problema es que estos cambios que hemos introducido, voluntaria o involuntariamente, son prácticamente irreversibles. La única manera de reducir el riesgo es mediante seguimientos de sus poblaciones y controles del número de efectivos. Pero sobre todo, tratar de evitar en la medida de lo posible, y sobre todo desde los domicilios, la suelta de mascotas en estado salvaje.

Pero el mayor problema de todos está en que tenemos a las todopoderosas superpotencias con sus gobiernos al frente, pletóricos de dinero sus bolsillos y de codicia sus corazones, para tomar las decisiones más importantes acerca de la protección de la naturaleza. Casi todos, o eso quiero creer, buscan lo mejor para su pueblo, pero al final de las famosas reuniones del G-20, la ONU, o da igual qué otro organismo de siglas similares, se acaban imponiendo los intereses, los malditos intereses, esos que corrompen al más honrado y que acaban con el más generoso. Entran con un saco de propuestas medioambientales cuidadosamente sellado y salen con el mismo saco sin que haya sido tocado. Se discute mucho, muchísimo, en los protocolos estos que se organizan, no lo dudo, pero si de algo estoy seguro es que, cuantos más protocolos y reuniones para tratar problemas de índole ambiental se establecen, menos compromisos y aspectos en claro y de común acuerdo se obtienen. Y me da pena. Pena por las asociaciones, ecologistas y no, que han estado luchando incesantemente para que el presidente de turno acepte sus discurridas (esta vez sí) propuestas. Pena por todos aquellos que hemos hecho lo posible por mostrar nuestra disconformidad y que esperamos, atentos, a cada reunión para ver lo que gana la naturaleza. Pero sobre todo, pena por la población que no se da cuenta de los problemas que sufre el planeta, que vive de espaldas a ella, que está tan ciega como para no verlo o que directamente no quiere hacerlo, bien por rechazo o bien para evitar sollozar por las esquinas todo el día. Y aunque puede que en un primer momento el corazón se nos rompa un poco a todos los que estamos vinculados tan fuertemente a estos temas, poco después recordamos que con nuestro aporte a través de las donaciones y la pertenencia a una organización ambiental, o simplemente mediante una correcta divulgación ente familiares y amigos y un comportamiento respetuoso con el medio ambiente, estamos haciendo algo por el futuro del planeta. A veces me pregunto cómo es posible que la mayoría de jóvenes de hoy cuando son preguntados acerca de su labor para preservar el planeta respondan que eso a ellos les da igual y no se preocupen ni tan siquiera por el futuro de sus propios hijos. Sólo espero que el mundialmente anunciado fin del mundo en 2012 sea un punto de inflexión en la conciencia de la sociedad moderna que nos ayude a volver a nuestras raíces y a recordar de dónde venimos.

Leía yo el otro día en la revista de la Sociedad Española de Ornitología cómo su presidente exponía la reducida inversión económica que supondría la conservación de muchas especies en países en vías de desarrollo, que se salvarían con poco, y los sufridos intentos de reintroducir otras a través de ingentes cantidades de dinero en lugares donde nunca antes ha existido la especie y no se sabe si se habituará y procreará con éxito. Sirva España de ejemplo.

Es vital la conservación de la que venimos hablando, por mucho que ustedes se pregunten: ¿merece la pena salvar seis especies de orquídeas de las selvas de la Guayana Francesa? ¿O un lagarto de tal montaña de la isla de Madagascar? Porque sé que si les interrogo acerca de un panda o de un tigre, la mayoría de las respuestas serían afirmativas, y únicamente porque se han convertido en ídolos de la sociedad, bien por su aspecto entrañable y aterciopelado, tan similar al de los cachorros de nuestras mascotas, o por la fuerza y vitalidad que desprende el animal. Esto no debería de ser así en ninguno de los casos: en muchas ocasiones parece que olvidemos que son animales salvajes, y por tanto, mucho más complejos que un simple objeto con pelo. Pero eso ya es otra historia, y hoy por hoy creo que me conformo con que la gente se anime a conservar aunque sea a estos pocos privilegiados.

Se me ocurre que una de las mejores maneras de proteger y mejorar el medio es la de unir la tradición cultural de los pueblos con la vanguardia de las actividades naturales como el senderismo, la fotografía, el turismo ornitológico o el trekking. Combinando la estancia en pueblos o aldeas, en muchos casos medio despobladas, con esta oferta de actividades al aire libre, fomentando ante todo el respeto de la naturaleza, además de unas fuertes medidas de protección ambiental (con la creación de Parques Nacionales, Paisajes protegidos, Reservas de la Biosfera, entre otras cosas) y una correcta y racional gestión de recursos ambientales, se asegura con toda probabilidad la conservación de parajes únicos y el cambio de mentalidad en la sociedad. ¿O no?

Guillermo Gómez López

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