Que largos se pueden llegar a hacer 15 días.
Espero, espero y vuelvo a esperar. Por suerte, el séptimo día puedo calmar el
ansia pegado a la radio o a la televisión (si hay suerte). Pero lo emocionante
de verdad llega el decimoquinto día. Esa mañana me levanto nervioso, sabiendo
que ha llegado el domingo. Las horas pasan tan lentas que la desesperación me
conquista por momentos. Hasta que, por fin, llega la tarde. Como siempre, cojo
mi bufanda, me la anudo al cuello y me aseguro de llevar mi carnet en la
cartera. Salgo a la calle y me montó en el coche, acompañado de viejos amigos
que comparten mi pasión. Casi sin darme cuenta, me encuentro en mi asiento del
fondo norte, como cada quince días. Justo cuando comienza a sonar el himno por
megafonía y veo al Real Murcia saltar al césped de Nueva Condomina, la
felicidad me invade. Ahí estoy, con el equipo de mi tierra, orgulloso de sentir
ese escudo, pase lo que pase.
Murcia
es una ciudad que, como tantas otras de España, vive dominada por el binomio
Real Madrid – Barcelona. A la pregunta “¿de qué equipo eres?” solo se puede
responder de dos maneras, como mucho de tres (si añadimos al Atleti), si no
quieres que te miren como a un bicho raro. Aun así, a mí nunca me ha dado
vergüenza responder que soy del Real Murcia, sino más bien todo lo contrario:
me siento orgulloso de defender lo mío, de apoyar al equipo de mi ciudad, de mi
región.
Se
suele decir que a Murcia le gusta el fútbol, sin embargo, yo no lo tengo tan
claro. A los murcianos les gusta ganar. Les gustan los títulos, el espectáculo,
los millones y la perfección. Les gustan los grandes fichajes, los jugadores
mediáticos, la fama y las horas y horas de prensa, televisión y radio dedicadas
a las estrellas. Les gusta el brillo de las cámaras, el morbo, la especulación
y el presumir. Les gusta “su” Madrid y “su” Barça. Ante todo esto, únicamente me
queda lanzar un pregunta al aire… ¿están seguros de que ahí reside la verdadera
esencia del fútbol?
Creo
que nunca se puede llegar a sentir lo que es el fútbol si tienes al que se
supone que es tu equipo a 500 ó 600 kilómetros de distancia. Defiendes a un
equipo al que verás jugar en directo pocas veces (o ninguna) en tu vida. No
puedes ir a verlo entrenar. No puedes ver a tus jugadores. No puedes sentirlo
cerca. Es simplemente una imagen en televisión. Nada más. Ganarán cientos de
títulos, ficharán a los mejores y siempre serán los poderosos, pero tú,
murciano madridista/barcelonista, por mucho que presumas, nunca podrás ser
realmente participe de ello. Cada quince días, te sentarás frente al televisor mientras
yo huelo la hierba de Nueva Condomina, aplaudo a los míos, le gritó al árbitro
y me rodeo de gente con la misma pasión que yo.
Puede
que mi equipo esté desterrado en Segunda B, arruinado por un pésimo presidente
y machacado por los corruptos que dirigen el fútbol español, pero estando junto
a él he aprendido a valorar las cosas importantes de este deporte. Es admirable
ver ciudades como Cádiz u Oviedo volcadas con su equipo, por muy mal que les
vaya todo. Allí sí que valoran de verdad lo suyo, aunque sea algo pequeño,
modesto, singular. Eso es lo que les convierte en gigantes.
No creo
que nadie, tras leer estas líneas, deje de ser del Real Madrid o del Barcelona
para pasar a apoyar al equipo de su ciudad. Tampoco era lo que pretendía, para
ser sinceros. Me vale con haber podido transmitir la pasión que sentimos
algunos locos por lo nuestro. Me vale con poder mostrarle a aquel que me lea
que el fútbol modesto también es fútbol. Es el fútbol.
Artículo escrito por Adrián Doblas.
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