domingo, 20 de abril de 2014


Hasta ahora, he centrado mi análisis de la II República en los factores que marcaron la configuración de la misma, poniendo el foco de atención en cómo se instauró y de qué manera se diseñó, puntos que considero de especial importancia porque tal y como señalé en la primera entrega, es alrededor de los cuales se han construido el mito de la “maravillosa II República”.

Considero conveniente realizar ahora una síntesis de lo expuesto anteriormente, a modo de introducción de este último artículo. Como aspectos negativos descubrimos que la II República no se instauró de manera democrática, puesto que la oposición republicano-socialista utilizó unilateralmente unas elecciones municipales como plebiscito a favor o en contra de la monarquía. A pesar de perder estos comicios, el hecho de ganar en las grandes ciudades y el colapso del sistema anterior les permitió iniciar la andadura republicana sin dificultades. La constitución que rigió la república no fue consensuada y por tanto, reflejaba ideológicamente a republicanos y socialistas, pero no al resto de grupos y sensibilidades que existían en España. Además, el sistema electoral y el exceso de poder otorgado al Presidente de la República fueron factores desestabilizadores que favorecerían la caída del sistema.

Sin embargo, hubo también aspectos positivos. Por fin, se pudieron celebrar elecciones libres y limpias, alejadas del fraude caciquil, y la constitución permitió que las mujeres obtuvieran el derecho a voto. Aunque bien es cierto que las políticas sociales ejecutadas a lo largo de la II República supusieron un gran avance, hay que recordar que ya durante la Dictadura de Primo de Rivera se habían impulsado este tipo de medidas sociales.

La conclusión más simple e inmediata es que la II República fue un fracaso. No dio a España la estabilidad que necesitaba, agudizó gran parte de los problemas y terminó por generar una guerra civil. Tras la muerte y la destrucción que causó la guerra, quedó una España destrozada, arruinada y sometida a un régimen autoritario que duró casi 40 años.

Por eso, no puedo evitar preguntarme si todos aquellos que lucen orgullosos la bandera republicana lo hacen por ignorancia, porque realmente quieren un sistema así o porque son republicanos y es la mejor manera que se les ocurre de mostrar su rechazo a la monarquía. Para los tres casos, tengo una respuesta.

A los primeros les digo que la historia está ahí para todos, que eviten, por su bien, ser borregos sin ideas ni conocimientos que se dejan influir por los discursos de algunos “iluminados”. Estar informados y evitar que nos cuenten verdades a medias es fundamental, no solo en política, sino en cada uno de los ámbitos de nuestra vida.

A los segundos, solo puedo mostrarles mi rechazo. Querer una constitución sectaria, que los violentos de izquierda tomen las calles o una España dividida y finalmente inmersa en una guerra civil me parece una muestra de irresponsabilidad terrible.

A los terceros les pido que si quieren una III República, eviten utilizar cualquier símbolo o emblema de la segunda. No es un ejemplo a seguir ni una etapa de nuestra historia de la que estar orgullosos. La bandera de España no es tricolor, es, fue y será siempre rojigualda. Vivamos bajo el sistema que vivamos, nuestros colores deben ser siempre esos, porque representan nuestra historia y nuestra identidad. Que no se saquen más tricolores para pedir la república.

Artículo escrito por Adrián Nicolás Doblas. 

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