Hasta
ahora, he centrado mi análisis de la II República en los factores que marcaron
la configuración de la misma, poniendo el foco de atención en cómo se instauró
y de qué manera se diseñó, puntos que considero de especial importancia porque
tal y como señalé en la primera entrega, es alrededor de los cuales se han
construido el mito de la “maravillosa II República”.
Considero
conveniente realizar ahora una síntesis de lo expuesto anteriormente, a modo de
introducción de este último artículo. Como aspectos negativos descubrimos que
la II República no se instauró de manera democrática, puesto que la oposición
republicano-socialista utilizó unilateralmente unas elecciones municipales como
plebiscito a favor o en contra de la monarquía. A pesar de perder estos
comicios, el hecho de ganar en las grandes ciudades y el colapso del sistema
anterior les permitió iniciar la andadura republicana sin dificultades. La
constitución que rigió la república no fue consensuada y por tanto, reflejaba
ideológicamente a republicanos y socialistas, pero no al resto de grupos y
sensibilidades que existían en España. Además, el sistema electoral y el exceso
de poder otorgado al Presidente de la República fueron factores desestabilizadores
que favorecerían la caída del sistema.
Sin
embargo, hubo también aspectos positivos. Por fin, se pudieron celebrar
elecciones libres y limpias, alejadas del fraude caciquil, y la constitución
permitió que las mujeres obtuvieran el derecho a voto. Aunque bien es cierto
que las políticas sociales ejecutadas a lo largo de la II República supusieron
un gran avance, hay que recordar que ya durante la Dictadura de Primo de Rivera
se habían impulsado este tipo de medidas sociales.
La
conclusión más simple e inmediata es que la II República fue un fracaso. No dio
a España la estabilidad que necesitaba, agudizó gran parte de los problemas y terminó
por generar una guerra civil. Tras la muerte y la destrucción que causó la
guerra, quedó una España destrozada, arruinada y sometida a un régimen
autoritario que duró casi 40 años.
Por
eso, no puedo evitar preguntarme si todos aquellos que lucen orgullosos la
bandera republicana lo hacen por ignorancia, porque realmente quieren un
sistema así o porque son republicanos y es la mejor manera que se les ocurre de
mostrar su rechazo a la monarquía. Para los tres casos, tengo una respuesta.
A los
primeros les digo que la historia está ahí para todos, que eviten, por su bien,
ser borregos sin ideas ni conocimientos que se dejan influir por los discursos
de algunos “iluminados”. Estar informados y evitar que nos cuenten verdades a
medias es fundamental, no solo en política, sino en cada uno de los ámbitos de
nuestra vida.
A los
segundos, solo puedo mostrarles mi rechazo. Querer una constitución sectaria,
que los violentos de izquierda tomen las calles o una España dividida y
finalmente inmersa en una guerra civil me parece una muestra de
irresponsabilidad terrible.
A los
terceros les pido que si quieren una III República, eviten utilizar cualquier
símbolo o emblema de la segunda. No es un ejemplo a seguir ni una etapa de
nuestra historia de la que estar orgullosos. La bandera de España no es
tricolor, es, fue y será siempre rojigualda. Vivamos bajo el sistema que
vivamos, nuestros colores deben ser siempre esos, porque representan nuestra
historia y nuestra identidad. Que no se saquen más tricolores para pedir la
república.
Artículo escrito por Adrián Nicolás Doblas.
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