martes, 17 de junio de 2014


Queridísimos y agraciados lectores, un día más me encuentro dispuesto a opinar sobre el mundo que nos rodea. Es bien sabido por muchos que mis pareceres son frecuentemente rechazados por una mayoría socialmente inconsciente, que no atiende a los dictámenes de un meditabundo, sino que obedecen incondicionalmente a la encarnación de la frustración más perniciosa. Jamás he pretendido agradar con mis ácidas y controvertidas reflexiones, mas sí tengo la firme y humilde intención de iluminar en la medida de mis posibilidades. El tema que hoy abordaré es de naturaleza espiritual. Me centraré fundamentalmente en el papel de la mujer en la espiritualidad universal.

Durante milenios el poderoso género femenino ha sido relegado a un oscuro subsuelo, "la prisión de las Diosas". Los hombres, conocedores del inmensurable poder femenino, han intentado a través de burdas falacias justificar la superioridad del hombre sobre la mujer. En el medievo muchas "mujeres iniciadas en los saberes ancestrales" fueron consumidas por las llamas de un cruel ejército que asesinaba en nombre de Dios, "La inquisición". El terror imperó durante siglos oscuros. Las diosas fueron perseguidas, denigradas y brutalmente asesinadas. Sin embargo todo humano, hombre o mujer iniciado, a pesar de su tiempo, ha sido plenamente consciente del infinito poder de las grandes sacerdotisas. La Iglesia católica en su vertiente positiva también  ha demostrado su firme convencimiento en el supremo poder femenino mediante el culto a la santísima Virgen María, Reina de los ángeles, madre de la humanidad. La estrella celestial que siempre nos guía al sol.

María de Nazaret representa el amor incondicional de una madre hacia un hijo. Gracias a ella descubrimos el amor basado en el servicio y la entrega altruista, esencia plena de la mujer plena. En ellas está el poder, la ilusión y la verdad. Hombres y mujeres somos necesarios en la existencia, no quepa la más mínima duda. Hoy yo sigo aquí, creciendo en gozo y en amor con la fe y devoción que nunca imaginé hacia María de Nazaret, encarnación de la luz cósmica. 

Queridos hermanos hombres, os exhorto a respetar y tomar conciencia del poder de la mujer en el universo. Sin ella nada pude ser, nada es y nada será.

Artículo escrito por Jesús Kuicast.

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