miércoles, 26 de noviembre de 2014


Estimados y audaces lectores, en el día presente me dispongo a proseguir con mi labor articulista. El Señor me ha encomendado tan hermoso menester en aras de iluminar a la sombría humanidad. En los tiempos contemporáneos son muchos los que abrazan la desesperanza más angustiosa, proveniente del tóxico nihilismo que impera en la sociedad posmoderna actual. Satanás y sus demonios han logrado alejar a innumerables almas de la casa del Señor. Nos hallamos en los últimos tiempos, y el príncipe de las mentiras contempla encolerizado como su tiempo se agota, pues es inminente la segunda venida de Cristo Rey con el sagrado objetivo de impartir justicia. Satanás y sus secuaces serán encadenados durante mil años sin posibilidad alguna de tentar a una humanidad renovada. En el día de hoy me dispongo a abordar un tema de esencial importancia para todo cristiano: No juzguéis y no seréis juzgados.

Cuando Dios se hizo hombre hace más de dos mil años, sus contemporáneos pudieron aprender directamente del mesías enseñanzas de un valor incalculable. Sentados junto a él, observando sus hermosos ojos y su suave pero firme voz, tuvieron la sagrada oportunidad de ser testigos de la encarnación del bien. El humilde carpintero de Galilea no era un hombre cualquiera, era Dios mismo morando en un cuerpo de carne y hueso. Él vino para demostrar a la humanidad el camino que lleva a la vida eterna. Él no anhelaba reconocimientos terrestres, ya que sólo tenía una grande y trascendental misión: mostrar al mundo que Dios nos ama inconmensurablemente, y que en su infinita misericordia se sacrificaría como humano para hacer factible la expiación de todos los pecados de la humanidad pasada, presente y futura. El cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Su cruenta muerte en la cruz es fiel testimonio de valentía, sacrificio y obediencia al Padre.

Durante su humilde existencia terrenal, El Señor no fue engalanado con costos ropajes y se rodeó de poderosos opulentos, sino que vistió como mendigo y comió con pecadores. Él salvó muchas vidas de forma milagrosa, mas me agradaría destacar el episodio bíblico en que Jesús libera a María Magdalena de la lapidación por prostitución: "Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra", con tal vehemente sentencia hizo comprender a todos aquellos que se disponían a castigar a la prostituta, que todos somos pecadores en mayor o menor grado, y que todos y cada uno de nosotros precisamos del constante perdón divino. Sólo Dios tiene la legítima potestad de juzgar a vivos y muertos. Por ello Jesús exclamó iluminado por el Padre: "No juzguéis y no seréis juzgados". El redentor nos advirtió a través de la ejemplificación, que no era nuestra responsabilidad juzgar, pues ésta sólo pertenece al Padre.

Un verdadero cristiano no se aventura a juzgar a nadie, cual Dios. Intenta mediante la sabia y humilde recomendación, reconducir el camino de aquel que se haya perdido en un laberinto existencial pecaminoso. El camino que conduce a la fuente de la vida es angosto y sinuoso, mas si no agarramos con fuerza gloriosa  a la suave mano de Cristo Resucitado, arribaremos al destino celestial para morar junto a Dios y su corte celestial. ¿Cómo encontrar "la mano" del Salvador en un mundo perturbado por el pecado? Bajo la dulce y mística guía de La Santísima Virgen María, aquella que con amor maternal nos muestra la magnanimidad de su amado hijo. Nuestra Señora posee "el libro piadoso" en el que está indicado paso por paso cómo hemos de acercarnos paulatinamente a su hijo, el Redentor de la humanidad; por consiguiente, debemos  rezar a María Santísima con fervor incesantemente, Ella es poderosa y obra milagros en nombre de su hijo, que es Dios Todopoderoso. ¡Alabado sea El Señor Dios del Universo! Postraos ante Dios, y sed mansos. Sed conocidos por vuestro amor incondicional al Señor de señores, y predicad heroicamente en su nombre por doquiera que vayáis. ¡Anunciad que Jesús es el Dios del amor!


Queridos hermanos, todos somos pecadores y debemos arrepentirnos y rogar perdón a Dios a través del sacramento de la confesión. Para concluir me agradaría exhortaros a no juzgar, pues tal labor pertenece a la Santísima Trinidad.

Artículo escrito por Jesús Kuicast.
https://twitter.com/jesuskuicast

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