Estimados y audaces lectores, en
el día presente me dispongo a proseguir con mi labor articulista. El Señor me
ha encomendado tan hermoso menester en aras de iluminar a la sombría humanidad.
En los tiempos contemporáneos son muchos los que abrazan la desesperanza más
angustiosa, proveniente del tóxico nihilismo que impera en la sociedad
posmoderna actual. Satanás y sus demonios han logrado alejar a innumerables
almas de la casa del Señor. Nos hallamos en los últimos tiempos, y el príncipe de las mentiras contempla
encolerizado como su tiempo se agota, pues es inminente la segunda venida de
Cristo Rey con el sagrado objetivo de impartir justicia. Satanás y sus secuaces
serán encadenados durante mil años sin posibilidad alguna de tentar a una
humanidad renovada. En el día de hoy me dispongo a abordar un tema de esencial
importancia para todo cristiano: No juzguéis y no seréis juzgados.
Cuando Dios se hizo hombre hace
más de dos mil años, sus contemporáneos pudieron aprender directamente del
mesías enseñanzas de un valor incalculable. Sentados junto a él, observando sus
hermosos ojos y su suave pero firme voz, tuvieron la sagrada oportunidad de ser
testigos de la encarnación del bien. El humilde carpintero de Galilea no era un
hombre cualquiera, era Dios mismo morando en un cuerpo de carne y hueso. Él
vino para demostrar a la humanidad el camino que lleva a la vida eterna. Él no
anhelaba reconocimientos terrestres, ya que sólo tenía una grande y
trascendental misión: mostrar al mundo que Dios nos ama inconmensurablemente, y
que en su infinita misericordia se sacrificaría como humano para hacer factible
la expiación de todos los pecados de la humanidad pasada, presente y futura. El
cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Su cruenta muerte en la cruz es
fiel testimonio de valentía, sacrificio y obediencia al Padre.
Durante su humilde existencia
terrenal, El Señor no fue engalanado con costos ropajes y se rodeó de poderosos
opulentos, sino que vistió como mendigo y comió con pecadores. Él salvó muchas
vidas de forma milagrosa, mas me agradaría destacar el episodio bíblico en que
Jesús libera a María Magdalena de la lapidación por prostitución: "Quien
esté libre de pecado, que tire la primera piedra", con tal vehemente
sentencia hizo comprender a todos aquellos que se disponían a castigar a la
prostituta, que todos somos pecadores en mayor o menor grado, y que todos y
cada uno de nosotros precisamos del constante perdón divino. Sólo Dios tiene la
legítima potestad de juzgar a vivos y muertos. Por ello Jesús exclamó iluminado
por el Padre: "No juzguéis y no seréis juzgados". El redentor nos
advirtió a través de la ejemplificación, que no era nuestra responsabilidad
juzgar, pues ésta sólo pertenece al Padre.
Un verdadero cristiano no se
aventura a juzgar a nadie, cual Dios. Intenta mediante la sabia y humilde
recomendación, reconducir el camino de aquel que se haya perdido en un
laberinto existencial pecaminoso. El camino que conduce a la fuente de la vida
es angosto y sinuoso, mas si no agarramos con fuerza gloriosa a la suave
mano de Cristo Resucitado, arribaremos al destino celestial para morar junto a
Dios y su corte celestial. ¿Cómo encontrar "la mano" del Salvador en un
mundo perturbado por el pecado? Bajo la dulce y mística guía de La Santísima
Virgen María, aquella que con amor maternal nos muestra la magnanimidad de su
amado hijo. Nuestra Señora posee "el libro piadoso" en el que está
indicado paso por paso cómo hemos de
acercarnos paulatinamente a su hijo, el Redentor de la humanidad; por
consiguiente, debemos rezar a María
Santísima con fervor incesantemente, Ella es poderosa y obra milagros en nombre
de su hijo, que es Dios Todopoderoso. ¡Alabado sea El Señor Dios del Universo!
Postraos ante Dios, y sed mansos. Sed conocidos por vuestro amor incondicional
al Señor de señores, y predicad heroicamente en su nombre por doquiera que
vayáis. ¡Anunciad que Jesús es el Dios del amor!
Queridos hermanos, todos somos
pecadores y debemos arrepentirnos y rogar perdón a Dios a través del sacramento
de la confesión. Para concluir me agradaría exhortaros a no juzgar, pues tal
labor pertenece a la Santísima Trinidad.
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