jueves, 27 de noviembre de 2014


Queridos y fieles lectores, un día más me hallo colmado de gracia divina, atributo imprescindible para poder proseguir con el sagrado menester articulista. La labor de informar u opinar es para infinidad de individuos un mero trabajo mediante el cual obtener beneficios. Sin embargo para mí es un deber moral expresar escritamente mis profundas reflexiones acerca de la existencia. Estimados seguidores y detractores, hoy me aventuraré a tratar un asunto ciertamente espinoso. La polémica es una constante en mis artículos, y no tengo el más mínimo temor ante nadie que tenga la osadía de cuestionar mis tratados. Sin más dilación procederé a exponer el tema que me concierne: El sacerdocio y su vital importancia para La Santa Iglesia Católica.

Actualmente estamos siendo tristemente testigos de los escándalos de pedofilia que salpican a la Iglesia católica. Sacerdotes que han abusado de dignos fieles que depositando su confianza en los santos representantes de Cristo han sufrido abusos sexuales. ¿Cómo un representante del Señor puede asemejarse más a Satanás que a Cristo? Carece de absoluto sentido. Gracias a los medios de comunicación y su masivo poder de difusión, hoy podemos conocer el mal que impera incluso en el seno de la mismísima casa de Dios. No hay nada nuevo bajo el sol decía un buen amigo mío. Siglos atrás sucedían tragedias similares, mas no existían medios de comunicación que informaran al pueblo de tales tropelías. En la posmodernidad: televisiones, radios e internet son fuente constante de noticias y sucesos.

Los cristianos católicos nos sentimos profundamente heridos por tales acciones delictivas, pues es intensamente duro afrontar que algunos de nuestros sacerdotes hayan dado rienda suelta a sus pasiones más viciosas y enfermizas. La Iglesia necesita sacerdotes que aspiren a la verdadera santidad; hombres con verdadera vocación que posean un magistral autodominio de sí mismos. El Santo Padre afirmó hace unas semanas que Nuestra Madre Iglesia requiere de sacerdotes virtuosos, aunque este filtro suponga un claro descenso en el número de sacerdotes. Más vale pocos y óptimos, que muchos y pésimos. Los seminarios de todo el mundo tienen una gran responsabilidad a la hora de seleccionar a quienes tienen vocación verdadera para formarse en el sacerdocio, y no sólo es necesaria la vocación, sino que también ha de ser evaluada la salud mental de cada uno de los pretendientes a seminaristas. La pederastia y las relaciones sexuales ocultas entre sacerdotes deben ser erradicadas totalmente. Tolerancia cero. Ningún alto cargo de la iglesia así como ningún fiel de la misma debe encubrir a los ejecutores de estas acciones inmorales, aberrantes y demoniacas. Si todos y cada uno de los componentes de la Iglesia ponemos de nuestra parte en la heroica tarea de regeneración eclesial lograremos construir una institución alejada de escándalos y dedicada exclusivamente al culto divino. Individuos perturbados siempre habrán, como en cualquier institución del mundo, mas la Iglesia debe ejercer un estricto control sobre el clero, procurando que la virtud sea el atributo esencial de los religiosos. Predicando con el ejemplo lograrán que los propios fieles vuelvan a recuperar la confianza y la esperanza en la Iglesia creada por Cristo y regentada desde el primer momento por el apóstol Pedro.

Todo tiene solución en esta vida menos la muerte; por consiguiente hemos de apoyar a la Iglesia universal en estos duros momentos y pedir a Dios que prosperen las vocaciones sacerdotales verdaderas y virtuosas; seminaristas con anhelos de santidad. Una disciplina cristiana férrea sustentada por el glorioso deseo de conformar santos ha de ser el principio aplicado por todos los rectores del mundo. En el supuesto caso de que un seminarista presentase el más mínimo síntoma de perturbación mental de cualquier índole, éste habría de ser expulsado de inmediato. Existen infinidad de maneras de servir a Cristo, y no todo hombre está capacitado para servir como sacerdote en la Iglesia Universal. Las puertas deben estar muy cerradas para entrar y muy abiertas para salir.

El castigo por el abuso de niños debe ser duro y ejemplificante, por lo que la Iglesia debe informar a las autoridades pertinentes de cada país cuando se produzca un oscuro suceso de estas características.

Artículo escrito por Jesús Kuicast.

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