Estimados y amables lectores, un
día más me hallo vivo, gracias a la inconmensurable gracia de Dios, nuestro
Señor. Hemos de dar gracias a nuestro Señor de manera incesante, pues de él
depende que el mismísimo sol brille o que la mismísima luna cubra con luz
mística la noche. Lleno de amor y agradecimiento por tal regalo divino, me
aventuro a proseguir con mi menester. Soy un sencillo servidor de Dios que de
manera humilde intenta hacer llegar las buenas nuevas del Señor al mayor número
de individuos posibles. En el día presente me aventuro a tratar un asunto de
vital importancia en la vida de un cristiano verdadero. Osaría manifestar que
este breve tratado será muy revelador para aquellos que sucumben a la creencia
de falacias erróneas proferidas por individuos ignorantes, que persiguen sin
piedad a La Verdad. Sin más dilación procederé a exponer el tema que hoy me ha
sido encomendado: La austeridad cristiana.
En ciertos momentos de nuestra
vida tendemos a olvidar que nuestro Señor Jesucristo nació en un humilde lugar
de Belén. Su padre en la Tierra, San José, era un humilde carpintero que
trabajó sin cesar toda su vida para procurar el pan de cada día, a su mujer e
hijo. Jesús de Nazaret, el hijo de Dios, se hizo hombre, y vivió en la más
plena austeridad. Hasta el momento de marchar a predicar, dedicó su vida a
trabajar con su padre y a ayudar a su madre, la Santísima Virgen María. Era un
hijo respetuoso y cariñoso, amaba a su madre sobre todas las cosas, y admiraba
a San José por su afabilidad, sabiduría, benignidad y profesionalidad. San José
era un excelente trabajador de la madera, y siempre cumplió con su obligación
paternal de proteger y mantener a su familia. ¡Bendito seas San José, que
aceptaste el mensaje del ángel y obedeciste las disposiciones del Dios del
amor!
La sagrada familia no vivía en un
palacio colmado de oro y lujos, sino que habitaban en una humilde casa de
Nazaret ensalzando la sencillez y la austeridad, y rechazando la soberbia y la opulencia.
¿Por qué Dios eligió para su hijo una vida de austeridad? Porque la materia
esclaviza al hombre, y despierta en él, la ambición desmesurada que conduce a
la codicia. Para acercarnos a la dimensión espiritual, hemos de despojarnos de
las cosas dinámicas, corruptibles e imperfectas. Nuestro objetivo en la vida
terrena no es acumular riquezas, ya que estás no sirven realmente para nada
trascendental, son óbice para nuestra progresión espiritual. Estamos en esta
dimensión con el objetivo de ser probados por Dios, Señor del universo.
Un verdadero cristiano trabaja
dignamente para conseguir dinero, y así cubrir sus necesidades básicas y
emplear sus ganancias en lo que considere oportuno, siempre que sea lícito
moralmente. Aquellos que han sido bendecidos con el don de la riqueza material,
han de contribuir en todo lo posible con los necesitados e impedidos, que no
poseyendo nada precisan de la bendita caridad cristiana. ¡Qué hermosa y excelsa
es la caridad!, ¡ese sentimiento que nos impulsa solidarizarnos con nuestros
semejantes! Un cristiano ávaro deja de ser cristiano para convertirse en pleno
discípulo del rey de este mundo. El máximo exponente de austeridad en La
Iglesia Católica es San Francisco de Asís, que siendo un hombre rico por
familia, abandonó todo para vivir en la pobreza, en una relación de amor con
los enfermos y pobres. San Francisco es el gran místico de la naturaleza, el
fiel amante de la creación divina. San Francisco de Asís también nos dio
lecciones de humildad, prudencia, obediencia y lealtad. Había muchas cosas en
las que no estaba de acuerdo con la Iglesia Católica de su tiempo, mas no optó
por la fractura, - como haría siglos después el hereje Martín Lutero- sino que
planteó reformar la iglesia desde dentro y mediante el ejemplo. Dios nos pide misericordiosamente
que imitemos a Cristo; procurando llevar una vida sencilla basada en la
austeridad y la virtud. Sólo así alcanzaremos a entender los grandes misterios
de nuestro amado Padre Celestial.
Queridos hermanos, yo os exhorto a practicar la austeridad y
la virtud, a abandonar el lujo y el vicio, y a dar gracias al Señor porque es
eterna su misericordia.
Artículo escrito por Jesús Kuicast.
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