jueves, 13 de noviembre de 2014


Estimados y amables lectores, un día más me hallo vivo, gracias a la inconmensurable gracia de Dios, nuestro Señor. Hemos de dar gracias a nuestro Señor de manera incesante, pues de él depende que el mismísimo sol brille o que la mismísima luna cubra con luz mística la noche. Lleno de amor y agradecimiento por tal regalo divino, me aventuro a proseguir con mi menester. Soy un sencillo servidor de Dios que de manera humilde intenta hacer llegar las buenas nuevas del Señor al mayor número de individuos posibles. En el día presente me aventuro a tratar un asunto de vital importancia en la vida de un cristiano verdadero. Osaría manifestar que este breve tratado será muy revelador para aquellos que sucumben a la creencia de falacias erróneas proferidas por individuos ignorantes, que persiguen sin piedad a La Verdad. Sin más dilación procederé a exponer el tema que hoy me ha sido encomendado: La austeridad cristiana.

En ciertos momentos de nuestra vida tendemos a olvidar que nuestro Señor Jesucristo nació en un humilde lugar de Belén. Su padre en la Tierra, San José, era un humilde carpintero que trabajó sin cesar toda su vida para procurar el pan de cada día, a su mujer e hijo. Jesús de Nazaret, el hijo de Dios, se hizo hombre, y vivió en la más plena austeridad. Hasta el momento de marchar a predicar, dedicó su vida a trabajar con su padre y a ayudar a su madre, la Santísima Virgen María. Era un hijo respetuoso y cariñoso, amaba a su madre sobre todas las cosas, y admiraba a San José por su afabilidad, sabiduría, benignidad y profesionalidad. San José era un excelente trabajador de la madera, y siempre cumplió con su obligación paternal de proteger y mantener a su familia. ¡Bendito seas San José, que aceptaste el mensaje del ángel y obedeciste las disposiciones del Dios del amor!

La sagrada familia no vivía en un palacio colmado de oro y lujos, sino que habitaban en una humilde casa de Nazaret ensalzando la sencillez y la austeridad, y rechazando la soberbia y la opulencia. ¿Por qué Dios eligió para su hijo una vida de austeridad? Porque la materia esclaviza al hombre, y despierta en él, la ambición desmesurada que conduce a la codicia. Para acercarnos a la dimensión espiritual, hemos de despojarnos de las cosas dinámicas, corruptibles e imperfectas. Nuestro objetivo en la vida terrena no es acumular riquezas, ya que estás no sirven realmente para nada trascendental, son óbice para nuestra progresión espiritual. Estamos en esta dimensión con el objetivo de ser probados por Dios, Señor del universo.

Un verdadero cristiano trabaja dignamente para conseguir dinero, y así cubrir sus necesidades básicas y emplear sus ganancias en lo que considere oportuno, siempre que sea lícito moralmente. Aquellos que han sido bendecidos con el don de la riqueza material, han de contribuir en todo lo posible con los necesitados e impedidos, que no poseyendo nada precisan de la bendita caridad cristiana. ¡Qué hermosa y excelsa es la caridad!, ¡ese sentimiento que nos impulsa solidarizarnos con nuestros semejantes! Un cristiano ávaro deja de ser cristiano para convertirse en pleno discípulo del rey de este mundo. El máximo exponente de austeridad en La Iglesia Católica es San Francisco de Asís, que siendo un hombre rico por familia, abandonó todo para vivir en la pobreza, en una relación de amor con los enfermos y pobres. San Francisco es el gran místico de la naturaleza, el fiel amante de la creación divina. San Francisco de Asís también nos dio lecciones de humildad, prudencia, obediencia y lealtad. Había muchas cosas en las que no estaba de acuerdo con la Iglesia Católica de su tiempo, mas no optó por la fractura, - como haría siglos después el hereje Martín Lutero- sino que planteó reformar la iglesia desde dentro y mediante el ejemplo. Dios nos pide misericordiosamente que imitemos a Cristo; procurando llevar una vida sencilla basada en la austeridad y la virtud. Sólo así alcanzaremos a entender los grandes misterios de nuestro amado Padre Celestial.


Queridos hermanos, yo os exhorto a practicar la austeridad y la virtud, a abandonar el lujo y el vicio, y a dar gracias al Señor porque es eterna su misericordia.

Artículo escrito por Jesús Kuicast.

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