sábado, 13 de diciembre de 2014


Queridos y admirados lectores, un día más me hallo dispuesto a proseguir con mi ardua , pero satisfactoria labor articulista. El tiempo transcurre velozmente, convirtiéndonos en seres efímeros atrapados en un laberinto de existencias. La vida es breve, y hemos de aprovecharla de la mejor manera posible, ¿cómo conseguir aprovecharla al máximo? Dejándonos guiar por El Señor, un Padre infinitamente amoroso que nos legó a través de sus santos profetas las instrucciones concretas que debemos cumplir en aras de morar en paz y armonía en este "viaje transitorio". Estas instrucciones son conocidas como Los Mandamientos, que estuvieron, están y estarán vigentes hasta el mismísimo fin de los tiempos. Esto no significa que tales códigos contuductuales humanos no sean susceptibles de ser interpretados acorde con la época contemporánea.

Queridos hermanos, sin más dilación procederé a abordar un asunto ciertamente importante en la dimensión existencial humana: La amistad.

En mi años de vida jamás he leído, visto o escuchado a alguien afirmar de forma satisfecha y orgullosa que no posee amigo alguno. Los humanos somos seres sociales que precisamos de la coexistencia para la supervivencia. Desde los albores de la humanidad, la sociabilidad, y como consecuencia derivada directa, la interacción interpersonal colaborativa, han sido atributos imprescindibles para caminar hacia el progreso. El conocimiento de cada miembro puesto al servicio de la generalidad ha conformado "una sabiduría colectiva"; y gracias a ella ha sido posible "cabalgar ascendentemente" a través de las centurias. Las invenciones y los descubrimientos son fruto de la sabiduría colectiva. ¡Nadie ha descubierto o inventado nada por sí mismo, pues siempre se ha necesitado de un conocimiento previo sobre el que basarse! Aquel que atribuya un descubrimiento o una invención a la mera genialidad humana, habrá de ser considerado un colosal soberbio.

Jamás habré de negar en pos de la verdad, la rica diversidad que los hijos de Dios presentan en lo referente a la sociabilidad. Unos fueron preordenados para permanecer rodeados de muchedumbres, y otros respondieron a la dádiva preordenacional de la meditación y la contemplación divina individual: ambas tendencias opuestas, mas necesarias éstas y sus derivadas para la plenitud creacional.

¿Qué es la amistad?

Muchos de ustedes se aventurarán de manera súbita a definir la amistad de infinidad de formas distintas, mas la única y verdadera definición para el concepto de amistad es la siguiente: altruismo interpersonal. Haz algo por alguien sin esperar nada a cambio; actuar sola y únicamente por amor al prójimo. ¿Es factible considerase amigo de un tercero si hay un interés que motiva tal amistad? Ciertamente no, estaríamos ante una relación de pseudoamistad. Por consiguiente hemos de concluir sintéticamente citando el refrán popular: "Los amigos pueden contarse con los dedos de una sola mano”.

¿Se puede establecer una relación de amistad con seres espirituales?

Sí. Esta relación es factible mediante la continua oración contemplativa. El ser humano a través de un poderoso ejercicio de "oración trascendental" posee la bendita oportunidad de establecer un vínculo místico con un entes espirituales, sean de la naturaleza que sea. Esta amistad pende de un hilo, pues cualquier mínimo interés que propicie la amistad espiritual será percibido por el ente, y automáticamente se interrumpirá la mágica conexión con la dimensión sensible. El altruismo es una ley fundamental esotérica.

¿La relación amistosa admite la actividad sexual?

Absolutamente no. El amor fraternal humano (agape) es superior al amor erótico (eros), pues el amor erótico se produce a causa de una pretensión biológica inconsciente. El "eros" sólo tiene fundamento si tiene como fin último, la procreación. Una amistad verdadera se forja entorno al "agape", y este sentimiento fraternal no contempla actos procreadores. Sólo una relación amorosa ha de cultivar ambos tipos de amor.

Queridos hermanos, yo os exhorto a cultivar la amistad física y espiritual, así como a aprender de la meditativa soledad.


Artículo escrito por Jesús Kuicast.

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