Las religiones mistéricas tuvieron una gran importancia en el mundo griego y algunas de ellas llegaron incluso a ser universales. Cualquiera podía tomar parte de los misterios, personas de toda clase social y sexo, incluso los esclavos, excepto los criminales y asesinos.
Algunos de ellos se oponían a la sofrosýne, la moderación, lo apolíneo de la religión olímpica. Como estaba prohibido revelar aquello que sucedía durante los misterios, es muy difícil saber con exactitud qué ocurría realmente.
Una de las religiones mistéricas más relevantes del mundo griego fueron los misterios de Eleusis, celebrados en la ciudad homónima muy cercana a Atenas en la que se erigieron diferentes templos. En ellos se honraba a Deméter y a Perséfone, además de a otros dos dioses, no obstante, ya que estaba prohibido decir el nombre del dios, no se sabe quiénes eran en verdad. Tampoco se sabe cuál es el origen de estos misterios, pero se han propuesto algunos sitios como Tesalia, Creta, procedencia que aparece en el Himno a Deméter del que se habla a continuación; Egipto, Tracia, según nos relata Eumolpo, que fue el primero en celebrar estos misterios; o el Norte de Grecia.
El Himno a Deméter es el documento principal de los misterios eleusinos. En él se relata cuál es la procedencia del culto. Cuenta el himno que Hades, dios del Inframundo, raptó a Perséfone. Cuando su madre, Deméter, se percató de ello fue a buscarla. El Sol, que había oído los gritos de la joven, le dijo que había sido Hades quien había raptado a su hija. Deméter llegó de incognito ante el palacio del rey de Eleusis, Céleo. Sus hijas la llevaron ante el rey y ella cuidó del príncipe Demofonte, al que trató de hacer inmortal poniéndolo junto al fuego y sin darle de comer ni de beber. Un día, Metanira, la madre del pequeño, la descubrió, y Deméter reveló su identidad. Tras esto, la diosa mandó construir un templo en su honor en Eleusis y así se hizo bajo las órdenes de Céleo.
Entristecida por la desaparición de su hija, hizo que la tierra dejara de ser fértil, y Zeus, en vista de la situación, envió a Hermes, mensajero de los dioses, a decirle a Hades que devolviese a Perséfone, orden que cumplió, sin embargo le dio antes de dejarla ir unos granos de granada, como consecuencia ya no pudo quedarse todo el año con su madre, sino que debía pasar un tercio de este junto a Hades en el Inframundo, porque quien comía algo en el Averno no podía salir de allí. Esta es la explicación de que la tierra en ocasiones esté repleta de flores, cosa que ocurre cuando Perséfone está junto a su madre; y en otras no, pues Perséfone desciende en esa época a la morada de su esposo. La aparición y desaparición de la simiente en la tierra se relaciona con el alma, que de igual manera, aparece y desaparece.
Los Misterios de Eleusis se celebraban en el mes griego Boedromion, correspondiente al actual mes de octubre. Los personajes principales de estos cultos eran el hierofante –“el que muestra lo sagrado”–, perteneciente a los Eumólpidas, era el sacerdote que presidía la celebración; los mystai o iniciados, que se sentaban en los escalones del Telesterion, donde se hacían los misterios; para observar y pasar a ser finalmente epóptai –“los que han visto”–; o el Daduchos, que llevaba las antorchas, empleadas para iluminar, aunque el fuego también está relacionado con la purificación.
Estos ritos mistéricos estaban formados por los actos (tà drómena), los dichos (tà legómena) y las cosas mostradas (tà deiknýmena), y culminaban cuando el hierofante mostraba la espiga, símbolo de la Madre Tierra.
Que estos misterios tuvieran tantos participantes se explica por las promesas a los iniciados de una vida mejor después de la muerte, frente al destino lleno de males de aquellos que no tomaban parte del culto.
Los misterios acabaron cuando los godos de Alarico arrasaron el santuario en el 394 d.C., tuvieron una gran importancia en Grecia, tanta que incluso fueron protegidos por el Estado de Atenas.
Fueron también importantes los cultos a Dioniso, que serían incluidos en el oficial ateniense y que principalmente serían seguidos por mujeres. Dioniso, dios del vino y el delirio místico, llegó de Tracia, es una deidad considerada extranjera, aunque fueron los griegos en época muy antigua quienes lo llevaron a Tracia, luego desde allí volvería a Grecia. Su culto no era griego. Se halla su nombre en tablillas escritas en lineal B, que se remontan al segundo milenio a.C.
Cuenta el mito que Dioniso nació del muslo de Zeus porque Sémele, su madre, fue fulminada por el rayo del dios cuando se mostró, a petición de ella, en todo su esplendor, cogió Zeus al niño, que aún no había nacido, de entre las cenizas de Sémele y lo colocó en su muslo. Por esto es llamado Dioniso, nombre que significa “dos veces nacido”.
Se cuenta en otro mito que, estando Dioniso niño jugando, los Titanes lo engañaron y lo devoraron, Atenea salvó su corazón y se lo entregó a Zeus, que fulminó a los Titanes, de cuyas cenizas surgimos los humanos, y se tragó el corazón. Por ello se dice que los humanos tenemos un lado bueno, relacionado con Dioniso, y otro malo, relacionado con los Titanes.
Este dios iría acompañado de personajes como las ménades –llamadas bacantes por los romanos– sátiros o ninfas. Es también dios de la fertilidad y se le representa con el falo, aunque no como distintivo suyo, sino de los sátiros que aparecen con él. Se llevaron a cabo procesiones fálicas, de las cuales según Aristóteles procedería la comedia.
Se cuenta que en los rituales dionisíacos se desmembraba e incluso devoraba a las víctimas. Las mujeres eran poseídas por el dios, llevadas por el entusiasmo –enthusiasmós– y la locura –manía–.
Por último se hablará del orfismo, cuyo núcleo principal se encontraba en Atenas. Onomácrito fue el que fundó la primera congregación órfica.
Es un culto ligado a Dioniso y carece de templos; incluso aparece en libros de carácter sagrado. La teología órfica surge del mito en el que Orfeo baja a los infiernos a recuperar a Eurídice, pues se creía que tras su descenso al Hades había informado sobre la forma de llegar al lugar donde se encontraban los bienaventurados y de saltear las dificultades que encontraría el alma tras la muerte.
Según un mito, Orfeo honraba a Apolo y rechazaba a Dioniso, a causa de ello el dios envió a ménades furiosas que lo despedazaron, su cabeza serviría como oráculo en Lesbos.
Para los órficos, el cuerpo –sóma– era una especie de sepulcro –séma– donde estaba encerrada el alma. Consideraban que la muerte era su nacimiento–“Acabas de morir y acabas de nacer […]”–.
Les estaba prohibido comer carne, porque creían en la reencarnación. Ellos mismos decidían en quién o qué animal reencarnarse, y antes de que esto sucediera, pasaban aproximadamente mil años. Según nos cuenta Platón en el libro décimo de la República, el alma de los justos ascendía al cielo tras ir por el camino de la derecha y la de los injustos descendía al infierno por el camino de la izquierda. El alma bebía del río Leteo –de léthe, “olvido”– y de esta manera se olvidaba la vida anterior.
Hubo otros misterios como los de Samotracia y Andania, pero que no llegaron a tener tanta importancia como la que tuvieron los que han sido abarcados.
Por
Noelia Bernabeu Torreblanca
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