ser enterrado vivo fue una constante
en Europa y Estados Unidos durante el siglo XIX. La arcaica ciencia médica de
la época y las constantes pestes y enfermedades contagiosas hacían posible que
seres humanos fueran enterrados con vida. Para evitar que esto ocurriese se
extendieron por los cementerios europeos mecanismos de seguridad que permitían
que el desgraciado que hubiese sido enterrado vivo pudiese pedir ayuda. El más
común era ubicar una campana al lado de la sepultura que los no-muertos
pudiesen hacer sonar desde su ataúd. Desde el siglo XVII se popularizaron en
Alemania, Francia, Portugal y otros países los llamados “hospitales” o “casas”
de muertos, instalaciones situadas en los alrededores de las grandes ciudades
en las que se dejaba pudrirse a los cadáveres durante días con el objetivo de
asegurarse de que estaban realmente muertos.
Como dijo Poe: “Los límites
que separan la vida de la muerte son, en el mejor de los casos, borrosos e
indefinidos”… ¿Quién podría decir dónde termina uno y dónde empieza el otro?.
Emilia
Casas Fernández
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