Queridísimos lectores, durante la noche he meditando intensamente hasta saber el motivo de mi manifiesto enfado con el país en el que habito, un lugar llamado España. Una hermosa nación de naciones donde la diversidad cultural y natural impera en todo el territorio que abarca el querido pueblo español. Desde los vascos del norte, hasta los andaluces del sur. Un inmenso contraste que hace que España, no sea una nación homogénea, sino heterogénea en grado máximo.
No obstante hay algo que me crispa en exceso en esta adorable Iberia, una institución obsoleta y anacrónica, una organización sin oficio ni beneficio que provoca la ira de un pueblo subyugado, una población que ve mermadas paulatinamente sus capacidades económicas, sociales y culturales. En esta coyuntura económica tan compleja, las gentes hispanas exasperan, no soportando ni asumiendo la pérdida de su anterior "estado de bienestar", circunstancia que permitía al pueblo español vivir engañado en un feliz sueño de fantasía. ¿Quién les hizo soñar?
En tales particularidades, los robos a las arcas públicas pertrechados por parte de miembros de la familia real, los viajes lujosos y lujuriosos de otros miembros de la familia real, así como la ostentosidad de la que hace gala el conjunto de la casa real, incitan al machacado pueblo a una animadversión perniciosa, que quizá cause la destrucción de la "institución impuesta y no electa".
Jesús Kuicast
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