lunes, 3 de febrero de 2014


Al pasear por sus ciudades todavía se encuentran vestigios de la antigua Unión Soviética. Esculturas monumentales y vetustos edificios se mezclan con fachadas modernistas e iglesias bizantinas.

Llama la atención el amor por la música de sus habitantes. En cada esquina hay un flautista, una violoncelista, un cuarteto de cámara que escuchar y así la ciudad de Riga acoge al visitante con su peculiar orquesta callejera. Su mercadillo de abalorios hechos con ámbar te incitan a comprar algún recuerdo por su belleza y originalidad. 

Cruzando el país por carretera y siempre acompañada por grandes extensiones de bosques, emerge el castillo medieval de Turaida como un caballero orgulloso que muestra su poder con su armadura. La carretera sigue hasta la costa y termina en el Mar Báltico, ese mar dulce que como un lago te deja atrapado en la nostalgia.

Lucía Sevila

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