Al pasear por sus
ciudades todavía se encuentran vestigios de la antigua Unión
Soviética. Esculturas monumentales y vetustos edificios se mezclan
con fachadas modernistas e iglesias bizantinas.
Llama la atención el amor por la
música de sus habitantes. En cada esquina hay un flautista, una
violoncelista, un cuarteto de cámara que escuchar y así la ciudad
de Riga acoge al visitante con su peculiar orquesta callejera. Su
mercadillo de abalorios hechos con ámbar te incitan a comprar algún
recuerdo por su belleza y originalidad.
Cruzando el país por carretera y
siempre acompañada por grandes extensiones de bosques, emerge el
castillo medieval de Turaida como un caballero orgulloso que muestra
su poder con su armadura. La carretera sigue hasta la costa y termina
en el Mar Báltico, ese mar dulce que como un lago te deja atrapado
en la nostalgia.
Lucía Sevila
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