lunes, 7 de abril de 2014


No cabe duda de la gran herramienta política que son las manifestaciones. Esta posibilidad democrática reconocida constitucionalmente permite a los ciudadanos expresar sus deseos y quejas,  siendo un instrumento bastante útil para que los gobernantes, los partidos políticos y las instituciones detecten las inquietudes de parte de la población.

La crisis que atravesamos actualmente ha sido un factor clave para la aparición de movimientos ciudadanos que usan la calle como altavoz para sus reivindicaciones. Las manifestaciones, marchas y concentraciones contra los recortes, la corrupción o las leyes del Gobierno se han convertido en algo habitual, y han venido acompañadas por su lado más oscuro: la violencia antisistema.

Es importante saber que para convocar una manifestación que se desarrolle en lugares de tránsito público, previamente hay que comunicarlo a la autoridad correspondiente (normalmente la Delegación del Gobierno) y esperar a que esta autorice el evento. Una vez superado este trámite, se dispone del tiempo fijado en la solicitud para manifestarse, debiendo desocupar la vía pública una vez transcurrido el mismo. Es en ese instante en el que la manifestación pacífica acaba y los vándalos entran en acción. De inmediato, los grupos antisistema y la izquierda más radical y violenta comienzan una guerra contra el mobiliario público, la policía y sobre todo, contra la ley.

Nuestra defensa contra estos individuos son la Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, que arriesgan su integridad física e incluso su vida por asegurar el cumplimiento de la ley y defender al ciudadano. Sin embargo, en vez de recibir la gratitud y el respeto que merecen, son tratados como asesinos por algunos, siendo señalados como los malos de la película. Policías que se ven rodeados por la barbarie y que al más mínimo error, son crucificados y despreciados públicamente. Pero aún más denigrante es ver como en las recientes Marchas por la “Dignidad”, sus superiores les enviaron a repeler a los radicales sin indicaciones, medios o recursos para hacerlo, con las nefastas consecuencias que todos conocemos.

Conforme se suceden las manifestaciones, seguimos acumulando policías y manifestantes heridos, mobiliario urbano destrozado y cantidades cercanas al millón de euros en destrozos, entre otras cosas. La cuestión que se plantea ahora es cómo conseguir normalizar el derecho a la manifestación, evitando que se pisoteen los derechos del resto de ciudadanos. Propuestas no faltan. Desde una ley que regule el derecho a la manifestación hasta el “manifestódromo” propuesto por la Alcaldesa de Madrid, Ana Botella.

Sinceramente, creo que los ciudadanos somos la pieza fundamental para acabar con el problema. Todos (pero en especial los manifestantes) debemos asimilar que cuando se producen actos violentos, la manifestación pasa a un segundo plano, todas las demandas expuestas en ella quedan apartadas del foco de atención, en el que se posicionan los radicales. Por tanto, la sociedad en su conjunto debe rechazar de forma abierta este tipo de comportamientos y, en consecuencia, aceptar, comprender y respetar la labor de la Policía y la Guardia Civil como garantes del orden público. A partir de ahí, se podrán establecer y aplicar las leyes o decisiones que sean necesarias para regularizar las manifestaciones.


Si queremos considerarnos un país civilizado, no podemos recurrir a la violencia como herramienta política. La democracia nos ofrece otros medios para hacer las cosas. Usémoslos. 

Artículo escrito por Adrián Nicolás Doblas.

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