viernes, 25 de abril de 2014


Cuando hace ya más de un año presencié las primeras apariciones de Pablo Iglesias en las tertulias políticas de algunas televisiones, supe que algo se iba a gestar alrededor de este profesor de ciencia política. Su discurso, estructurado de manera sibilina y entonado decididamente, representaba a la izquierda agresiva reforzada por la crisis. Esa izquierda que quiere controlar todo, pero que se niega a que se controlen sus actos; que quiere tener todos los derechos, pero que se niega a asumir obligaciones; que quiere que se lo den todo, pero que se niega a asumir los costes de sus demandas.

Con el paso de los meses, Pablo Iglesias comenzó a convertirse en un icono para esta nueva izquierda, hasta el punto de verse lo suficientemente respaldado como para fundar su propio partido político, Podemos. Así, mi vaticinio se confirmaba.

 Llevaba tiempo queriendo hablar de este señor y de su aventura en la política al frente de Podemos. Esta semana, la polémica surgida por utilizar su rostro como emblema oficial del partido me da pie para ello. En mi opinión, se trata de una simple estrategia para darse a conocer, para intentar que Podemos empiece a sonar entre la gente. Es posible que relacionar de una manera tan directa el partido con su persona termine por perjudicarle, pero de momento, ha obtenido la repercusión que buscaba.

A primera vista, el programa de Podemos es otro manifiesto bienintencionado a favor de los derechos sociales, la libertades públicas y la regeneración democrática. No obstante, indagando levemente en su contenido encontramos una serie de pretensiones mucho más oscuras. En el aspecto socioeconómico, intervencionismo y paternalismo se funden para sostener  todas y cada una de sus propuestas. Tres de ellas me resultan especialmente representativas: inversiones y políticas públicas para la reactivación económica, la creación de empleo y la reconversión del modelo productivo, control público de los sectores estratégicos de la economía y derechos sociales garantizados por el estado, lo que se traduce en servicios públicos gratuitos.

 Aquellos que leyeran mi artículo sobre la socialdemocracia, sabrán que estas ideas chocan con el problema del endeudamiento público. Sin embargo, Podemos ya ha encontrado la “solución”: abolir el artículo 135 de la constitución para que el Estado pueda endeudarse de manera ilimitada y así asegurar los derechos sociales. Para dotar de cierta sostenibilidad económica a esta propuesta, disparatada se mire por donde se mire, proponen establecer impuestos sobre las grandes fortunas, una fiscalidad progresiva sobre la renta, aumentar el Impuesto de Sociedades, recuperar del Impuesto de Patrimonio o crear un nuevo tipo de IVA sobre los bienes de lujo  de entre un 30-35% que no podrá ser objeto de deducción por los sujetos pasivos. 

Es decir, expoliamos a ricos y empresarios y reducimos la capacidad adquisitiva de los ciudadanos para mantener un estado del bienestar desproporcionado, despilfarrador, injusto y mal diseñado. Lo de siempre. Y si esto no es suficiente, proponen considerar ilegítima parte de la deuda pública para proceder a su impago.

 En definitiva, un programa que destaca por ser ultra progresista en lo social y un desatino alejado de la realidad en los apartados ya mencionados.

Podemos concurrirá en las próximas elecciones europeas, y según revelan algunas encuestan, obtendrá representación. Esto no deja de ser un fiel reflejo de la cantidad y gravedad de problemas que tenemos en España, que hacen que algunos ciudadanos se agarren a cualquier propuesta embelesadora. A cualquier utopía.

Artículo escrito por Adrián Nicolás Doblas.

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