domingo, 27 de abril de 2014


Acaba el mes de abril y con él, se cierran mis primeros treinta días escribiendo para Helios y sapentia. Una experiencia enriquecedora, con muchos aspectos positivos y algunos puntos negativos que, de alguna manera, terminarán por favorecer mis procesos reflexivos.

 Las vivencias de esta primera fase me han servido para ahondar en diversas particularidades de lo que conocemos como libertad de expresión. Lo que hoy pretendo con este artículo es poner sobre la mesa mis conclusiones personales de lo que podríamos llamar “un ejercicio práctico de libertad de expresión”, algo que creo que puede resultar interesante a la vez que revelador. Con esta firme intención, comienzo la exposición del tema.

En mi primer artículo, hablaba de la importancia en política de romper esquemas y de mi empeño por abrir nuevas perspectivas al lector y derrumbar falsos argumentos tradicionalmente aceptados como válidos. Ahora, me veo obligado a aclarar, como punto de partida, que las ideas manifestadas en mis artículos jamás han estado acompañadas de un espíritu demagogo o sensacionalista. Nunca ha sido esa mi intención. Tampoco he manipulado jamás ningún dato u acontecimiento histórico. Y lo que es más importante, ni me he atrevido ni me atreveré jamás a hablar de algo que no conozco, que no he estudiado o sobre lo que no me he informado.

Partiendo de esta base, soy consciente de que en el ejercicio de mi libertad de expresión, mis posiciones con respecto a algunos temas no han sido las que  la mayoría suelen adoptar. Y no por ello miento o estoy equivocado. Por ejemplo, que defienda la monarquía tanto con argumentos como con datos es una posición minoritaria, pero que merece el mismo respeto que cualquier otra postura. Por supuesto, debo aceptar las críticas, siempre que, como he dicho, se realicen de manera respetuosa. Sin embargo, reflejar una verdad histórica como que la coalición republicano-socialista no ganó las elecciones de 1931 no es un acto que pueda ser criticado, porque es historia, está ahí.

A lo largo de este mes, he recibido por las redes sociales críticas feroces e incluso insultos. Expresarme de manera libre y seria ha supuesto para algunos una ofensa y una extravagancia monstruosa contra la que han tenido que arremeter. Tal y como esperaba desde un primer momento. Estos señores tienen una percepción terrible de la libertad de expresión, más generalizada de lo que la mayoría piensa. Son tolerantes intolerantes. Admiten que tengas libertad para expresarte, pero siempre que pienses como ellos. Si no, debes asumir las consecuencias…

Lo que creo es que tienen miedo. Miedo a descubrir la realidad y la historia. Miedo a abrir los ojos. Miedo a reconocer que se han podido equivocar. Miedo a aceptar otras posibilidades. Miedo abandonar el resguardo que le dan sus idealizados conceptos de la sociedad, la política y la vida.

Yo no estoy en posesión de ninguna verdad irrefutable. Soy un simple ciudadano que intenta expresar sus convicciones de manera racional y responsable. Pero sobre todo, intento tener amplitud de miras. Me gusta que la gente me transmita su opinión sobre lo que digo o escribo. Considero que cada cuestión a la que es sometida mi estructura ideológica es un paso adelante para afianzar su coherencia o un impulso a su proceso de maduración.

 En definitiva, y para concluir, he de decir que mi verdadero propósito ha sido realizar una enrevesada defensa de la libertad de expresión para todos. Y ha sido también una súplica a favor de una libertad de expresión ejercida de manera responsable. Ahí queda.

Artículo escrito por Adrián Nicolás Doblas.

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