Siempre
he sido un defensor a ultranza del mérito como base fundamental para dirigir
las interacciones entre las persona. Los logros individuales derivados del
esfuerzo, el trabajo y el sacrificio de cada individuo son el mayor referente y
la fórmula más justa para organizar y estructurar cualquier organización
social. Por tanto, resulta evidente que mi concepción ideal de cómo debe
funcionar un Estado está íntimamente ligada al concepto de meritocracia. Para
mi desgracia, y para la de la mayoría, me ha tocado vivir en una España en la
que pocos conocen el significado de esta palabra.
Nuestro
país vive maniatado por un paternalismo intervencionista consentido y deseado
por gran parte de la población. Quieren que “papá” Estado se lo de todo hecho,
permiten que interfiera en casi cualquier ámbito de su vida para que lo
consiga, le entregan gran parte de su libertad individual y, por si fuera poco,
exigen que imponga una falsa igualdad entre los ciudadanos que solo deriva en
la mediocridad. Quizás suene desmedido, pero la pura realidad es que España ha
sucumbido frente a los mediocres, los vagos y los chupópteros. Los gobiernos,
en nombre de la tan ansiada igualdad, machacan todo atisbo de excelencia,
traban a todo aquel que alcanza el éxito, ponen barreras al desarrollo
individual y en definitiva, lastran a nuestro país.
Pero
como he mencionado anteriormente, todo este tipo de actuaciones son consentidas
y aplaudidas por la mayoría de los ciudadanos. Algunos creen de verdad que
forzar la igualdad es alcanzar la justicia social, obviando (cómo no) el mérito
individual. Creo que nunca se habrán planteado una pregunta tan simple como:
¿por qué todos tenemos que tener/ser/alcanzar lo mismo si no hemos hecho los
mismos méritos para ello?
Sin
embargo, otros defienden esta situación con el único propósito de aprovecharse
del sistema, de vivir bajo la ley del mínimo esfuerzo y bajo el paraguas de
“papá” estado, que ya se encargará de quitarle a otros el fruto de su esfuerzo
para entregarle a ellos lo necesario de manera incondicional. Esto no es justo.
Esta igualdad es de república bananera, es injusta.
Con
esta reflexión no quiero decir que el Estado deba dejar desamparados a los
ciudadanos que no puedan costear con su trabajo sus necesidades fundamentales.
Simplemente digo que esta asistencia debe ser condicionada, justificada y estar
atentamente controlada, con el fin de evitar a los “parásitos” del sistema.
Tampoco creo que haya que dejar competir a los individuos sin más. Básicamente,
porque no todos partirían en igualdad de condiciones y en consecuencia, se
produciría una situación de privilegio para aquellos que contarán con más
recursos. Es aquí donde debe intervenir el Estado, con el fin de asegurar que
los involucrados en la carrera hacia el mérito partan en igualdad de
condiciones.
Una
sociedad regida por el mérito produce muchos más ciudadanos de calidad y
mantiene una verdadera justicia social. Espero que llegue el día en el que
rechacemos el paternalismo, abandonemos la idea de falsa igualdad y abracemos
por fin la meritocracia.
Artículo escrito por Adrián Nicolás Doblas.
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