sábado, 20 de septiembre de 2014


Recientemente se ha celebrado el Torneo del Toro de la Vega en la localidad de Tordesillas, acontecimiento de gran repercusión mediática por los detractores que acumula esta fiesta vallisoletana. Pero lo que me ha resultado bastante molesto ha sido observar como las protestas en contra de esta celebración se han mezclado estos días con las muestras de alegría derivadas del anuncio del Gobierno de no continuar con su proyecto de reforma de la ley del aborto.

En primer lugar debo decir que no me gustan las corridas de toros. Ningún aspecto de la tauromaquia me resulta atractivo. Por tanto, comprendo a aquellos que la rechazan y, en parte, entiendo sus argumentos. Sin embargo, siento un gran respeto la fiesta y por aquellos que la defienden, porque forma parte de nuestra cultura. Soy capaz de ver el trasfondo que tiene la celebración y lo que simboliza a nivel popular.

Tampoco me gusta el Toro de la Vega, al igual que no me gusta que se maltrate o se mate injustificadamente a  ningún tipo de animal. Aquellos que quieran posicionarse en contra de este tipo de actos están en su derecho y no seré yo quien les contradiga. Sin embargo, es desolador que esa misma gente que defiende a ultranza la vida animal, minusvalore e incluso desprecie la vida humana.

Me resulta espeluznante el movimiento favorable a la cultura de la muerte que se está creando en España. No solo porque se defienda el aborto incondicionalmente, sino porque según encuestas recientes, los jóvenes cada vez se muestran más favorables a la pena de muerte y a la eutanasia. Creo necesario hacer una reflexión concreta para los dos primeros casos, puesto que cobran especial trascendencia en el tema a tratar.

Antes de nada, hay que tener en cuenta que, aunque algunos no lo sepan o quieran pasarlo por alto, el Estado tiene la obligación constitucional de defender la vida, afirmación que cobra más importancia en referencia a la eutanasia, proceso en el que no profundizaré hoy pero que está rodeado de connotaciones de todo tipo.

La cuestión del aborto se mueve, a mi modo de ver, en torno a una serie de sucesiones lógicas. Si el ser humano adquiere tal condición desde el momento de su concepción, a partir de ese instante obtiene el derecho a la vida que es inalienable a cualquier individuo. En consecuencia, este derecho solo se podrá pasar por alto cuando se ponga en riesgo la integridad física o la vida de la madre o cuando una serie de circunstancias médicas justificadas así lo permitan. Autorizar el aborto sin condiciones es disparatado. Claro que la mujer tiene derecho a decidir si quiere ser madre o no, pero el ser humano que lleva dentro tiene un derecho superior a vivir, y que tenga alguna discapacidad, que sea el accidente de una noche loca o que el contexto en el que vaya a nacer no sea el adecuado no son motivos para arrebatarle ese derecho. Por tanto, el Estado debe poner los medios (ayudas económicas, facilidades en las adopciones, programas de apoyo etc.) para acabar con los argumentos de los abortistas, porque el “nosotras parimos, nosotras decidimos” no es un razonamiento válido para justificar una muerte.

Por otro lado, el creciente apoyo a la pena de muerte me parece, en general,  una demanda inconsciente de justicia. Es evidente que las leyes de este país son irrisorias y que los criminales no son castigados con suficiente dureza por sus delitos, pero condenar a muerte a alguien, por muy abominable que sea el crimen que haya cometido, es un gran error. ¿Quiénes somos para decidir si una persona debe vivir o morir? Se pueden endurecer las condenas y las condiciones carcelarias, establecer la cadena perpetua para delitos muy graves o agilizar el funcionamiento del sistema judicial, pero arrebatar una vida es un acto irreversible y que entraña una responsabilidad demasiado grande como para ser asumido por alguien.


En definitiva, he pretendido lanzar aquí un mensaje claro: aunque la vida humana no esté de moda, pienso seguir defendiéndola porque está por encima de todo. Es mucho más importante y valiosa que la vida de un toro o de otro animal. 

1 comentarios:

Anónimo dijo...

¿El estado debe ayudar a las mujeres? Pero muchacho, ¿Tu no eras liberal o que?