Estimados y loables lectores, un día más
me hallo dispuesto a proseguir con la divina tarea que un día me fue
encomendada desde las alturas. La gente no desea más dramas en su vida, sólo
anhelan comedias entretenidas. Por consiguiente, el mundo no ha comprendido la
existencia en su esencia, pues el drama que va ligado al tan temido dolor forma
parte de la hermosura y magnificencia de la creación. ¿No es más cierto que si
no hubiera drama, no habría tampoco comedia? Con esta breve y humilde reflexión
basada en la letra de una gran canción del grupo musical español Fangoria,
pretendo comenzar concienzudamente este tratado. En el día de hoy abordaré un
asunto que suelo tratar de forma ciertamente usual; pues su importancia en la
vida humana es vital. ¿Es pecaminoso meramente contemplar a una mujer desnuda
por completo? ¿Es nociva tal imagen sexual en nuestra psique?
En la más fiel actualidad no es de
extrañar visualizar como aparecen desmesuradamente mujeres y hombres desnudos o
en paños menores en televisión, cine y anuncios publicitarios. Todo está
contaminado por el erotismo humano; gran enemigo del amor verdadero. El
erotismo es altamente rentable para los empresarios, que obviando la virtud
moral, dan rienda suelta a las fantasías de las gentes del mundo "evolucionado",
lucrándose de tal injusto y nocivo acto. Los niños, criaturas inocentes y
santas, se ven expuesto a situaciones embarazosas que comportan consecuencias
desastrosas: la hipersexualización social, la pérdida de la modestia y la
perversión de la vestimenta.
El mundo occidental sucumbe al
posmodernismo relativista-nihilista, en el cual no hay un pilar fundamental
sobre el que apoyarse. La moral y la ética han quedado reservadas para aquellos
que determinan seguirlas, como si de un cantante o artista se tratase. La moral
ha de ser universal y obligatoria para todo individuo que habite en un país
civilizado y verídicamente evolucionado. Los hombres deben vestir libremente,
pero siempre con recato y moderación estética-virtuosa. Las mujeres deben ser
más cautelosas aún, pues en muchos hombres prevalece el instinto animal ante la
imprescindible inteligencia racional. Toda mujer debe vestirse y ataviarse
alegre y libremente, mas el recato, la decencia y el decoro deben ser regla
primordial en su estética diaria y extraordinaria. ¿Esto significa que una
mujer no puede llevar prendas provocativas? Para nada, pues vivimos en
democracia y cada uno es libre de ejercer tal derecho, siguiendo sus propios
principios estéticos, en este caso particular. Sin embargo si les manifestaría
respetuosamente a las mujeres que las prendas provocativas sólo pueden traerles
inconvenientes, tales como malos comentarios acerca de su indumentaria y
alaridos lascivos exaltando la exuberancia femenina mostrada consciente o
inconscientemente. ¿Y si la mujer en cuestión busca tales estímulos?
Habremos de respetarla, pero ello no significa que hemos de tolerarla o
aceptarla.
La estética posmoderna promueve
interesadamente todo aquello que incite a practicar sexo de manera frenética.
El sexo es un gran negocio, pues casi todo el mundo lo practica por instinto, y
si además es calificado como acto saludable y beneficioso para el ser en su
totalidad, más practicado es; provocando esta circunstancia enfermedades como
la ninfomanía, que son serios trastornos emocionales. No debemos frivolizar con
este asunto, pues de toda esta oda a la sexualidad provienen infinitos males:
embarazos adolescentes, traspaso de enfermedades venéreas y un sinfín más de
despropósitos para la buena salud física y mental. Muchos de ustedes se
aventurarán a pensar que mis escritos responden a las ideas de un autor
machista y religioso hasta el fanatismo. Mas he de advertir que si tales
pensamientos rondan por sus mentes, son inciertos. No se trata de que el género
masculino y femenino se vean obligados a retroceder al medievo y vestir de
forma monjil. En el artículo presente mis únicas pretensiones son despertar a
aquellos que han caído en la laxitud moral.
La religión santa y verdadera es la madre
de la recta moral. Seamos obedientes a los preceptos de la Santa Madre Iglesia,
la santa casa divina que sólo pretende protegernos de las tentaciones
perturbadoras del príncipe del mal. Aboguemos ferviente y gloriosamente por una
sociedad cuerda, coherente y responsable. Hombres y mujeres éticamente decentes
y libres, pero abrazando con dulzura la moderación e integridad que ensalzan la
dignidad humana.
Queridos hermanos, yo os exhorto a
deleitaros en la belleza auténtica; aquella que proviene del alma, y no del
cuerpo.
Artículo escrito por Jesús Kuicast.
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