martes, 20 de enero de 2015



Por Dante A. Urbina


De acuerdo con la doctrina luterana de la “sola fide”, para salvarse basta sólo con la fe sin que sean necesarias las obras. En palabras de Lutero: “Al cristiano le basta con su fe, sin que precise obra alguna para ser justo, de donde se deduce que si no hay necesidad de obra alguna, queda ciertamente desligado de todo mandamiento o ley, y si está desligado de todo esto será, por consiguiente libre” (1). La fe es la que vivifica; “las obras, por el contrario, son cosa muerta” (2).

La Iglesia Católica tiene una visión diferente sobre la salvación. Sostiene que la salvación es por fe y obras a partir de la gracia y rechaza la doctrina luterana de la “sola fide” principalmente por dos razones:

Primero, porque “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2:4). Si tal como dicen los evangélicos la salvación es sólo por la fe en Cristo: ¿qué pasaría con todos lo que murieron antes de Cristo o los que nunca oyeron hablar del Evangelio?, ¿se condenarán acaso? Claro que no. La Iglesia enseña que la fe en Cristo es necesaria para la salvación de aquellas que tuvieron la oportunidad de conocerlo de un modo adecuado, los que no tuvieron esa oportunidad pueden salvarse si es que viven según la ley que Dios ha inscrito en su conciencia. Por ello San Pablo escribe que “cuando los paganos que no tienen Ley, cumplen naturalmente con lo que manda la Ley, se están dando a sí mismos una Ley, pues muestran con su conducta que llevan la Ley inscrita en su corazón. Lo demuestra también la conciencia que habla en ellos, cuando se aprueban o condenan entre sí. Así sucederá el día en que Dios juzgará por Jesucristo las acciones secretas de los hombres” (Rom 2:14-16). Aún más, la doctrina católica, muy al contrario de Lutero que creía que no eran las malas obras del hombre las que lo pervertían sino su incredulidad (3), sí acepta la posibilidad de que un hombre no creyente pueda realizar acciones buenas y nobles, aunque de un modo limitado (4).

Segundo, porque para quienes tuvieron la oportunidad de conocer a Cristo no les basta el creer en él para salvarse sino que también tienen que llevar una vida en conformidad con sus enseñanzas pues como dice el mismo Jesús: “No todos los que me digan Señor, Señor entrarán en el Reino de los Cielos, sino solamente los que cumplan con la voluntad de mi Padre celestial” (Mt 7:21). Así pues, para que la fe en Cristo salve al hombre ha de estar acompañada por la obediencia y la perseverancia porque “no salvará Dios a los que simplemente escuchan la ley, sino a aquellos que la cumplen” (Rom 2:13) y “sólo el que permanezca firme hasta el fin, se salvará” (Mt 24:13).

Aún así, Lutero apela a textos de las cartas paulinas para justificar su doctrina, especialmente de la Epístola a los Romanos: “pues este mensaje nos muestra de qué manera Dios nos libra de culpa: por fe y solamente por fe” (Rom 1:17); “si alguno cree en Dios, que libra de culpa al pecador, Dios lo acepta como justo por su fe, aunque no haya hacho nada que merezca su favor” (Rom 2:5); “todo el que con su boca reconoce a Jesús como el Señor, y con su corazón cree que Dios lo resucitó, alcanzará la salvación”(Rom 10:9). Su gran problema es que parte de una interpretación demasiado exclusivista y literal de algunos pasajes de la Biblia sin tener en cuenta el contexto o el sentido de toda la enseñanza.

Ni siquiera el mismo Pablo creía en la salvación por la sola fe tal como la planteaba Lutero. No creía, como hacen muchos protestantes, que cuando uno cree en Cristo ya es salvo y nunca corre el peligro de perder la gracia sino que sabía que la salvación, si bien comienza con la fe, termina con las obras y que, por tanto, era necesario seguir un camino de lucha y perseverancia. Por ello es que le escribía al joven Timoteo: “Lleva una vida de rectitud, devoción a Dios, fe, constancia y humildad. Pelea la buena batalla de la fe; no dejes escapar la vida eterna, pues para eso te llamó Dios” (1 Tim 6:11-12). Cuando San Pablo habla de la salvación por la fe no pretende excluir toda clase de obras sino sólo a aquellas que provienen de la ley y esclavizan al hombre antes que liberarlo. Como ejemplo de esto tenemos el texto de Gálatas donde se nos habla de la circuncisión: “Si estamos unidos a Cristo, de nada vale estar o no circuncidados”, y continúa diciendo: “lo que sí vale es tener fe, y que esa fe nos haga vivir con amor(Gál 5:6) porque “aún si tuviéramos la fe necesaria para mover montañas, si no tenemos amor, nada somos” (1 Cor 13:2).

No obstante Lutero desdeña sin más lo anterior y en otra parte escribe: “Si la gente escucha que debe creer en Cristo y que la fe sola no justifica a menos que se agregue el amor, inmediatamente salen del marco de la fe y piensan: ´Si la fe sin amor no justifica, entonces la fe está vacía y es inútil. El amor por sí mismo justifica. Ya que si la fe no toma forma y resaltada por el amor no es nada´. (…) Deberíamos evitar esos comentarios como si fueran veneno del infierno. (…) Somos justificados solamente por fe, no a través de la fe formada por el amor” (4). Esto implica que Lutero calificaría a los anteriores comentarios citados de San Pablo en Gál 5:6 y 1 Cor 13:2 ¡como veneno del infierno!

Pero Lutero sorteará ello diciendo que él es el único que conoce el “verdadero” sentido de las palabras de Pablo y de la doctrina cristiana misma: “No admito que mi doctrina pueda juzgarla nadie, ni siquiera los ángeles”, escribía (5). Sin embargo, las siguientes palabras del apóstol Santiago son tan claras al respecto que no le dejan opción ya que directamente dice: No seas tonto, y reconoce que si la fe que uno tiene no va acompañada por obras, es cosa muerta(Stgo 2:20). Y pone el ejemplo de Abraham: “Dios aceptó como justo a Abraham por lo que él hizo cuando ofreció en sacrificio a su hijo Isaac. Y puedes ver que, en el caso de Abraham, su fe se demostró con obras, y por sus obras llegó a ser perfecta su fe” (Stgo 2:21-22), concluyendo que “Dios declara justo al hombre también por sus obras, y no solamente por su fe” (Stgo 2:24). Obviamente a Lutero no le agradó en nada esa enseñanza (seguramente la consideraría “veneno del infierno”) y ello se evidencia en que quiso sacar la Carta de Santiago de la Biblia llamándola despreciativamente “epístola de paja” (sin valor) aunque de todas maneras (y muy a pesar suyo como puede comprobar cualquiera que lea el prefacio que hace a éste libro bíblico en su traducción al alemán de 1522) la mantuvo.

Aun así, Lutero quería salvar su doctrina de la “sola fide” a toda costa. Basándose en aquellas palabras de Jesucristo de que “todo árbol bueno da fruto bueno” (Mt 7:17) identifica al árbol con la fe y a los frutos con las obras de lo cual infiere que, así como el árbol es bueno con independencia de los frutos, la fe ya de por sí hace justo al hombre sin que le sean necesarias las obras (5). Como hemos visto, ello es del todo incorrecto. Pretender que un cristiano pueda salvarse por su sola fe sin hacer ninguna obra es tan absurdo como pensar que pueda salvarse por sus solas obras sin tener fe. Además, si leemos completa la parábola del árbol y sus frutos, nos daremos cuenta de que se vuelve en contra del mismo Lutero cuando dice “cuídense de esos mentirosos que pretenden hablar de parte de Dios. Vienen a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces” (Mt 7:15). Y no sólo eso, afirma que el hombre será juzgado también por su obras cuando dice que “todo árbol que no de buen fruto, será cortado y echado al fuego” (Mt 7:19). Lo mismo enseñan muchos otros pasajes del Nuevo Testamento tales como Apocalipsis 20:13, Primera de Pedro 1:17 y Segunda de Corintios 5:10 por mencionar solo algunos.

Ojalá más hermanos separados reflexionen sobre esto y comiencen preocuparse más por las necesidades de sus hermanos los pobres y los problemas del mundo porque el Día del Juicio Jesucristo no les preguntará por cuantas versículos bíblicos saben de memoria sino por si le dieron comida cuando estaba hambriento, bebida cuando estaba sediento, ropa cuando estaba desnudo o alojamiento cuando estaba de forastero (cfr. Mt 25:35-40). No vaya ser que les pase lo mismo que a la higuera sin fruto a la que Jesús se acercó para calmar su hambre y al no encontrarse más que con hojas, la maldijo condenándola a nunca más dar fruto (Mt 11:12-14). Por nuestra parte nosotros los católicos seguiremos intercediendo por nuestros hermanos separados para que Dios les de la oportunidad de comprender esta verdad y puedan trabajar junto con nosotros por el bien de la sociedad y la unidad de los cristianos, como aquel hombre que le pidió a su señor que no cortara la higuera sin fruto diciendo: “Señor, déjala todavía este año; voy a aflojarle la tierra y a echarle abono. Con eso tal vez dará fruto; y si no, la cortarás” (Lc 13:8-9).

Referencias:
1. Martín Lutero, Sobre la libertad cristiana, Wittenberg, 1520, n.10.
2. Martín Lutero, Sobre la libertad cristiana, n.13.
3. Cfr. N. 24.
4. Cfr. Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, Ed. Alfred A. Knopf, New York, 1994, p.201.
5. Martin Lutero, Luther’s Works, vol. 26, p. 137.
6. Martín Lutero, “Wider den falsch genannten geistlichen Stand des Papstes und der Bischöfe”, Martin Luther´s German Writings, 1516-1525, Boston College 1999, vol. 10-2, p. 107.
7. Martín Lutero, Sobre la libertad cristiana, n.23


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