Por
Dante A. Urbina
De
acuerdo con la doctrina luterana de la “sola fide”, para salvarse
basta sólo con la fe sin que sean necesarias las obras. En palabras
de Lutero: “Al
cristiano le basta con su fe, sin que precise obra alguna para ser
justo, de donde se deduce que si no hay necesidad de obra alguna,
queda ciertamente desligado de todo mandamiento o ley, y si está
desligado de todo esto será, por consiguiente libre”
(1). La fe es la que vivifica; “las
obras, por el contrario, son cosa muerta”
(2).
La
Iglesia Católica tiene una visión diferente sobre la salvación.
Sostiene que la salvación es por fe y obras a partir de la gracia y
rechaza la doctrina luterana de la “sola fide” principalmente por
dos razones:
Primero,
porque “Dios
quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de
la verdad” (1
Tim 2:4). Si tal como dicen los evangélicos la salvación es sólo
por la fe en Cristo: ¿qué pasaría con todos lo que murieron antes
de Cristo o los que nunca oyeron hablar del Evangelio?, ¿se
condenarán acaso? Claro que no. La Iglesia enseña que la fe en
Cristo es necesaria para la salvación de aquellas que tuvieron la
oportunidad de conocerlo de un modo adecuado, los que no tuvieron esa
oportunidad pueden salvarse si es que viven según la ley que Dios ha
inscrito en su conciencia. Por ello San Pablo escribe que “cuando
los paganos que no tienen Ley, cumplen naturalmente con lo que manda
la Ley, se están dando a sí mismos una Ley, pues muestran con su
conducta que llevan la Ley inscrita en su corazón. Lo demuestra
también la conciencia que habla en ellos, cuando se aprueban o
condenan entre sí. Así sucederá el día en que Dios juzgará por
Jesucristo las acciones secretas de los hombres” (Rom
2:14-16). Aún más, la doctrina católica, muy al contrario de
Lutero que creía que no eran las malas obras del hombre las que lo
pervertían sino su incredulidad (3), sí acepta la posibilidad de
que un hombre no creyente pueda realizar acciones buenas y nobles,
aunque de un modo limitado (4).
Segundo,
porque para quienes tuvieron la oportunidad de conocer a Cristo no
les basta el creer en él para salvarse sino que también tienen que
llevar una vida en conformidad con sus enseñanzas pues como dice el
mismo Jesús: “No
todos los que me digan Señor, Señor entrarán en el Reino de los
Cielos, sino solamente los que cumplan con la voluntad de mi Padre
celestial” (Mt
7:21). Así pues, para que la fe en Cristo salve al hombre ha de
estar acompañada por la obediencia
y la perseverancia
porque “no
salvará Dios a los que simplemente escuchan la ley, sino a aquellos
que la cumplen” (Rom
2:13) y “sólo
el que permanezca firme hasta el fin, se salvará” (Mt
24:13).
Aún
así, Lutero apela a textos de las cartas paulinas para justificar su
doctrina, especialmente de la Epístola a los Romanos: “pues
este mensaje nos muestra de qué manera Dios nos libra de culpa: por
fe y solamente por fe” (Rom
1:17); “si
alguno cree en Dios, que libra de culpa al pecador, Dios lo acepta
como justo por su fe, aunque no haya hacho nada que merezca su favor”
(Rom
2:5); “todo
el que con su boca reconoce a Jesús como el Señor, y con su corazón
cree que Dios lo resucitó, alcanzará la salvación”(Rom
10:9). Su gran problema es que parte de una interpretación demasiado
exclusivista y literal de algunos pasajes de la Biblia sin tener en
cuenta el contexto o el sentido de toda la enseñanza.
Ni
siquiera el mismo Pablo creía en la salvación por la sola fe tal
como la planteaba Lutero. No creía, como hacen muchos protestantes,
que cuando uno cree en Cristo ya es salvo y nunca corre el peligro de
perder la gracia sino que sabía que la
salvación, si bien comienza con la fe, termina con las obras
y que, por tanto, era necesario seguir un camino de lucha y
perseverancia. Por ello es que le escribía al joven Timoteo: “Lleva
una vida de rectitud, devoción a Dios, fe, constancia y humildad.
Pelea la buena batalla de la fe; no dejes escapar la vida eterna,
pues para eso te llamó Dios”
(1
Tim 6:11-12). Cuando San Pablo habla de la salvación por la fe no
pretende excluir toda clase de obras sino sólo a aquellas que
provienen de la ley y esclavizan al hombre antes que liberarlo. Como
ejemplo de esto tenemos el texto de Gálatas
donde se nos habla de la circuncisión: “Si
estamos unidos a Cristo, de nada vale estar o no circuncidados”, y
continúa diciendo:
“lo que sí vale es tener fe, y
que esa fe nos haga vivir con amor”
(Gál
5:6) porque “aún
si tuviéramos la fe necesaria para mover montañas, si no tenemos
amor, nada somos” (1
Cor 13:2).
No
obstante Lutero desdeña sin más lo anterior y en otra parte
escribe: “Si la gente escucha que debe creer en Cristo y que la fe
sola no justifica a menos que se agregue el amor, inmediatamente
salen del marco de la fe y piensan: ´Si la fe sin amor no justifica,
entonces la fe está vacía y es inútil. El amor por sí mismo
justifica. Ya que si la fe no toma forma y resaltada por el amor no
es nada´. (…) Deberíamos
evitar esos comentarios como si fueran veneno del infierno.
(…) Somos justificados solamente por fe, no
a través de la fe formada por el amor”
(4). Esto implica que Lutero calificaría a los anteriores
comentarios citados de San Pablo en Gál 5:6 y 1 Cor 13:2 ¡como
veneno del infierno!
Pero
Lutero sorteará ello diciendo que él es el único que conoce el
“verdadero” sentido de las palabras de Pablo y de la doctrina
cristiana misma: “No admito que mi doctrina pueda juzgarla nadie,
ni siquiera los ángeles”, escribía (5). Sin embargo, las
siguientes palabras del apóstol Santiago son tan claras al respecto
que no le dejan opción ya que directamente dice: “No
seas tonto, y reconoce que si la fe que uno tiene no va acompañada
por obras, es cosa muerta”
(Stgo
2:20). Y pone el ejemplo de Abraham: “Dios
aceptó como justo a Abraham por lo que él hizo cuando ofreció en
sacrificio a su hijo Isaac. Y puedes ver que, en el caso de Abraham,
su fe se demostró con obras, y por sus obras llegó a ser perfecta
su fe” (Stgo
2:21-22), concluyendo que “Dios
declara justo al hombre también por sus obras, y no solamente por su
fe” (Stgo
2:24). Obviamente a Lutero no le agradó en nada esa enseñanza
(seguramente la consideraría “veneno del infierno”) y ello se
evidencia en que quiso sacar la Carta
de Santiago
de la Biblia llamándola despreciativamente “epístola
de paja” (sin valor) aunque
de todas maneras (y muy a pesar suyo como puede comprobar cualquiera
que lea el prefacio que hace a éste libro bíblico en su traducción
al alemán de 1522) la mantuvo.
Aun
así, Lutero quería salvar su doctrina de la “sola fide” a toda
costa. Basándose en aquellas palabras de Jesucristo de que “todo
árbol bueno da fruto bueno”
(Mt 7:17) identifica al árbol con la fe y a los frutos con las obras
de lo cual infiere que, así como el árbol es bueno con
independencia de los frutos, la fe ya de por sí hace justo al hombre
sin que le sean necesarias las obras (5). Como hemos visto, ello es
del todo incorrecto. Pretender que un cristiano pueda salvarse por su
sola fe sin hacer ninguna obra es tan absurdo como pensar que pueda
salvarse por sus solas obras sin tener fe. Además, si leemos
completa la parábola del árbol y sus frutos, nos daremos cuenta de
que se vuelve en contra del mismo Lutero cuando dice “cuídense
de esos mentirosos que pretenden hablar de parte de Dios. Vienen a
ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces”
(Mt
7:15). Y no sólo eso, afirma que el hombre será juzgado también
por su obras cuando dice que “todo
árbol que no de buen fruto, será cortado y echado al fuego” (Mt
7:19). Lo mismo enseñan muchos otros pasajes del Nuevo Testamento
tales como Apocalipsis
20:13, Primera
de Pedro
1:17 y Segunda
de Corintios
5:10 por mencionar solo algunos.
Ojalá
más hermanos separados reflexionen sobre esto y comiencen
preocuparse más por las necesidades de sus hermanos los pobres y los
problemas del mundo porque el Día del Juicio Jesucristo no les
preguntará por cuantas versículos bíblicos saben de memoria sino
por si le dieron comida cuando estaba hambriento, bebida cuando
estaba sediento, ropa cuando estaba desnudo o alojamiento cuando
estaba de forastero (cfr. Mt 25:35-40). No vaya ser que les pase lo
mismo que a la higuera sin fruto a la que Jesús se acercó para
calmar su hambre y al no encontrarse más que con hojas, la maldijo
condenándola a nunca más dar fruto (Mt 11:12-14). Por nuestra parte
nosotros los católicos seguiremos intercediendo por nuestros
hermanos separados para que Dios les de la oportunidad de comprender
esta verdad y puedan trabajar junto con nosotros por el bien de la
sociedad y la unidad de los cristianos, como aquel hombre que le
pidió a su señor que no cortara la higuera sin fruto diciendo:
“Señor,
déjala todavía este año; voy a aflojarle la tierra y a echarle
abono. Con eso tal vez dará fruto; y si no, la cortarás” (Lc
13:8-9).
Referencias:
1.
Martín Lutero, Sobre
la libertad cristiana,
Wittenberg, 1520, n.10.
2.
Martín Lutero, Sobre
la libertad cristiana, n.13.
3.
Cfr. N. 24.
4.
Cfr. Juan Pablo II, Cruzando
el umbral de la esperanza,
Ed. Alfred A. Knopf, New York, 1994, p.201.
5.
Martin Lutero, Luther’s
Works,
vol. 26, p. 137.
6.
Martín Lutero, “Wider den falsch genannten geistlichen Stand des
Papstes und der Bischöfe”, Martin
Luther´s German Writings,
1516-1525, Boston College 1999, vol. 10-2, p. 107.
7.
Martín Lutero, Sobre
la libertad cristiana,
n.23
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