Cuando los españoles
firmaron aquel fatídico tratado de París el 10 de diciembre de 1898
no renunciaban solo a Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam, sino que
admitían su derrota frente al resto de potencias mundiales. Como si
se tratara de un niño asustado e indefenso España se convertía en
un juguete en manos de otras potencias como Alemania, que decidieron
expandir sus imperios a costa de la situación de nuestro país.
Esto supuso un duro golpe
para el orgullo español, que contemplaba la política internacional
desde segunda fila, incapaz de hacer nada, como un viejo león que ha
sido expulsado de la manada por un aspirante joven y fuerte. El
ambiente era tenso y trágico, pero de entre los españoles
desanimados surgió un grupo lleno de energía y con espíritu de
cambio. Hablamos, por supuesto, de la generación del 98, término
acuñado por Azorín.
Este grupo de pensadores y
literatos se planteó una serie de medidas para zanjar de raíz los
problemas que se daban en España y el modo de solventar la distancia
que separaba a nuestra sociedad respecto a otras potencias. De este
modo, se puede decir que se inicia un afán regeneracionista de manos
de autores como Unamuno, Francisco Silvela y Joaquín Costa, entre
otros, que cuestiona la capacidad de crecimiento del país y el
nivel de educación de sus ciudadanos desde postulados marcados por
un fuerte carácter pesimista y nihilista. Ahora bien, no todo se
quedó en meras palabras o pensamientos, Joaquín Costa aplicó
varias de las ideas promulgadas al terreno económico a través de la
Liga Nacional de Trabajadores, desde donde se llevaron a cabo
importantes reformas agrarias, municipales, administrativas y
educativas, pero excluía del radio de acción a los obreros y a los
campesinos. Igualmente se creó, bajo el mandato de Alfonso XIII el
Instituto de Reformas Sociales.
Muchos fueron los políticos
que se adscribieron a estas ideas que defendían la necesidad de
cambiar, permitiendo así la introducción de manera directa de este
nuevo pensamiento en la política nacional. Tras un primer intento
fallido de personajes como Silvela o Polavieja tomaron el liderazgo
dos políticos con una gran personalidad y dotes de liderazgo:
Antonio Maura y Montaner, conservador, y José Canalejas Menéndez,
liberal.
Antonio Maura nació en
Palma de Mallorca el 2 de mayo de 1853 donde se crío y cursó sus
primeros estudios, tras esto continuó su formación académica como
abogado en Madrid en 1968, año de La Gloriosa. Durante esta época
entró en contacto con el mundo de la política liberalista, pero
como consecuencia de una serie de desencuentros con Sagasta y el
posterior acercamiento a Silvela se pasó al bloque conservador.
El principal objetivo de
Maura era llevar a cabo una <>,
es decir sanear el sistema político español de sus faltas y
fomentar el desarrollo del país a través de la HONRADEZ, ÉTICA,
CAPACIDAD Y SINCERIDAD de los políticos. Entre 1907 y 1909
desarrolló dos leyes, la Ley Electoral, y la Ley de la
Administración Local, con las que pretendía acabar con el
caciquismo implantado en la restauración, es decir, con el control
de los votantes por parte de los primeros hombres de cada localidad.
A pesar de su ímpetu y su buena voluntad sus propuestas no llegaron
a buen puerto, pues se consideró que estas alentaban la ambición de
la Cataluña autonomista.
La segunda figura principal
de este periodo es la del liberal José Canalejas. Este destacó
desde la infancia por su gran inteligencia y capacidad. Continuó sus
estudios en Madrid y en esta época entró en contacto con ideas
liberales. Tras la destitución de Maura en 1909 accedió a la
presidencia de gobierno, desde donde intentó promover la separación
Iglesia-Estado, y negociar con el Vaticano una nueva ley de
Asociaciones Religiosas, que apuntó estuvo de costar la ruptura con
la Santa Sede. Igualmente promulgó leyes que reforzaron la situación
de los trabajadores y con amplías medidas de protección social,
como la ley de la seguridad social o la reducción de la jornada
laboral.
Hoy en día se tiene una
concepción de la Historia como algo de segunda clase, poco
productivo, pues no trae ningún beneficio material, sin embargo,
como bien comprendió Hitler al intentar conquistar Rusia alrededor
de cien años después de Napoleón esta es cíclica en muchas
ocasiones, y tenemos mucho que aprender de ella. Vivimos tiempos
difíciles, pero no tenemos porqué inventar nuevos métodos, solo
nos basta con echar la vista atrás y continuar con su camino, ese
camino que solo es posible si mientras lo andamos lo hacemos con
ÉTICA, HONRADEZ, CAPACIDAD Y SINCERIDAD.
Artículo escrito por Alberto Cárceles Martínez Lozano
0 comentarios:
Publicar un comentario