lunes, 19 de enero de 2015


Cuando los españoles firmaron aquel fatídico tratado de París el 10 de diciembre de 1898 no renunciaban solo a Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam, sino que admitían su derrota frente al resto de potencias mundiales. Como si se tratara de un niño asustado e indefenso España se convertía en un juguete en manos de otras potencias como Alemania, que decidieron expandir sus imperios a costa de la situación de nuestro país.
Esto supuso un duro golpe para el orgullo español, que contemplaba la política internacional desde segunda fila, incapaz de hacer nada, como un viejo león que ha sido expulsado de la manada por un aspirante joven y fuerte. El ambiente era tenso y trágico, pero de entre los españoles desanimados surgió un grupo lleno de energía y con espíritu de cambio. Hablamos, por supuesto, de la generación del 98, término acuñado por Azorín.
Este grupo de pensadores y literatos se planteó una serie de medidas para zanjar de raíz los problemas que se daban en España y el modo de solventar la distancia que separaba a nuestra sociedad respecto a otras potencias. De este modo, se puede decir que se inicia un afán regeneracionista de manos de autores como Unamuno, Francisco Silvela y Joaquín Costa, entre otros, que cuestiona la capacidad de crecimiento del país y el nivel de educación de sus ciudadanos desde postulados marcados por un fuerte carácter pesimista y nihilista. Ahora bien, no todo se quedó en meras palabras o pensamientos, Joaquín Costa aplicó varias de las ideas promulgadas al terreno económico a través de la Liga Nacional de Trabajadores, desde donde se llevaron a cabo importantes reformas agrarias, municipales, administrativas y educativas, pero excluía del radio de acción a los obreros y a los campesinos. Igualmente se creó, bajo el mandato de Alfonso XIII el Instituto de Reformas Sociales.
Muchos fueron los políticos que se adscribieron a estas ideas que defendían la necesidad de cambiar, permitiendo así la introducción de manera directa de este nuevo pensamiento en la política nacional. Tras un primer intento fallido de personajes como Silvela o Polavieja tomaron el liderazgo dos políticos con una gran personalidad y dotes de liderazgo: Antonio Maura y Montaner, conservador, y José Canalejas Menéndez, liberal.
Antonio Maura nació en Palma de Mallorca el 2 de mayo de 1853 donde se crío y cursó sus primeros estudios, tras esto continuó su formación académica como abogado en Madrid en 1968, año de La Gloriosa. Durante esta época entró en contacto con el mundo de la política liberalista, pero como consecuencia de una serie de desencuentros con Sagasta y el posterior acercamiento a Silvela se pasó al bloque conservador.

El principal objetivo de Maura era llevar a cabo una <>, es decir sanear el sistema político español de sus faltas y fomentar el desarrollo del país a través de la HONRADEZ, ÉTICA, CAPACIDAD Y SINCERIDAD de los políticos. Entre 1907 y 1909 desarrolló dos leyes, la Ley Electoral, y la Ley de la Administración Local, con las que pretendía acabar con el caciquismo implantado en la restauración, es decir, con el control de los votantes por parte de los primeros hombres de cada localidad. A pesar de su ímpetu y su buena voluntad sus propuestas no llegaron a buen puerto, pues se consideró que estas alentaban la ambición de la Cataluña autonomista.
La segunda figura principal de este periodo es la del liberal José Canalejas. Este destacó desde la infancia por su gran inteligencia y capacidad. Continuó sus estudios en Madrid y en esta época entró en contacto con ideas liberales. Tras la destitución de Maura en 1909 accedió a la presidencia de gobierno, desde donde intentó promover la separación Iglesia-Estado, y negociar con el Vaticano una nueva ley de Asociaciones Religiosas, que apuntó estuvo de costar la ruptura con la Santa Sede. Igualmente promulgó leyes que reforzaron la situación de los trabajadores y con amplías medidas de protección social, como la ley de la seguridad social o la reducción de la jornada laboral.

 Hoy en día se tiene una concepción de la Historia como algo de segunda clase, poco productivo, pues no trae ningún beneficio material, sin embargo, como bien comprendió Hitler al intentar conquistar Rusia alrededor de cien años después de Napoleón esta es cíclica en muchas ocasiones, y tenemos mucho que aprender de ella. Vivimos tiempos difíciles, pero no tenemos porqué inventar nuevos métodos, solo nos basta con echar la vista atrás y continuar con su camino, ese camino que solo es posible si mientras lo andamos lo hacemos con ÉTICA, HONRADEZ, CAPACIDAD Y SINCERIDAD.
Artículo escrito por Alberto Cárceles Martínez Lozano 

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