En mi cabeza, como ciudadano muy poco identificado con los
sindicatos, rondaba una pregunta muy clara desde el momento en el que decidí
acudir a una charla que iba a ofrecer un
dirigente de Comisiones Obreras: ¿hará autocrítica y propondrá ideas
interesantes o tratará de defender el sindicalismo agarrándose al pasado? La
respuesta la obtuve a lo largo de la charla, y no fue todo lo satisfactoria que
yo esperaba.
Lo más positivo que puedo destacar es que hubo un cierto
tono autocrítico en algunos aspectos, muy necesario si los sindicatos quieren
avanzar. Hasta aquí las cosas buenas, vamos ahora con algunas críticas
(constructivas, por supuesto). Era de esperar que el ponente mirara al pasado
para recordarnos todo lo que han hecho los sindicatos, lo cual me parece
comprensible y correcto. Nadie quita méritos a sus logros, el problema es que
su rendimiento actual está lejos de ser el adecuado, y por mucho que
reivindiquen éxitos pasados, nadie olvida lo que están haciendo ahora, o mejor
dicho, lo que no están haciendo.
También están ancladas en el pasado sus propuestas. Este
dirigente se quejaba en su exposición de la escasez de grandes empresas, pero
cinco minutos después, hablaba como si todos los negocios fuesen grandes
empresas para explicar que el excesivo poder del empresario transforma la
flexibilidad laboral en una herramienta para generar desigualdad. Este discurso
no va acorde con la realidad, pero menos aún con el contexto económico.
La flexibilidad, plasmada en medidas como los convenios de
empresa que tanto criticó durante su exposición, va encaminada a intentar que
algunos pequeños empresarios puedan salvar sus negocios y la mayor cantidad de
puestos de trabajo posibles, y a favorecer que otros puedan crear nuevos
empleos. Tengo la sensación, espero que errónea, de que los sindicatos
prefieren ver caer una empresa detrás de otra, con las respectivas pérdidas de
empleos, antes que hacer una sola concesión. Para colmo, el ponente propuso una
subida de la cotización social por parte de la empresa, como si los empresarios
no estuviesen ya suficientemente asfixiados por una presión fiscal desmedida,
al igual que todos los ciudadanos.
Soy consciente de que la función de un sindicato es intentar
obtener la mayor cantidad de ventajas laborales posibles para los trabajadores
a los que representa, pero creo que esta meta se debe alcanzar mediante
propuestas serias y realistas que permitan la sostenibilidad de aquellas
entidades que generan el empleo: las empresas. Porque los sindicatos y sus
líderes olvidan en ocasiones que quienes ofrecen el trabajo, pagan los sueldos
y ponen en riesgo su capital son los empresarios. Esta condición no les da
carta blanca a la hora de tratar con los trabajadores, pero sí les pone en una
posición de gran importancia que debería hacer que los sindicalistas se
replantearan las posturas tan intransigentes que adoptan.
En definitiva, aunque durante toda la charla se nos tratase
de vender la necesidad de los sindicatos, cosa que no cuestiono, sigo sin ver
que estas organizaciones den pasos reales para transformarse y recobrar su
utilidad. Tan solo veo como siguen siendo relacionados con casos de corrupción
y con demasiadas marisquerías.
Artículo escrito por Adrián Nicolás Doblas.
0 comentarios:
Publicar un comentario