domingo, 26 de octubre de 2014


Queridos e ilustres lectores, en el día presente me dispongo a proseguir con mi labor articulista, como es habitual. La constancia es la madre de todos los triunfos, y esta cualidad ha logrado que Helios y Sapentia sea leído por miles de personas diariamente. Una empresa ambiciosa que comenzó en el año 2008 para no cesar en su crecimiento. Muchos han sido los que han trabajado para esta "noble casa de la información". Una gran lista de eruditos que se percataron de la relevancia nacional de esta áurea bitácora, y no perdieron la oportunidad de formar parte de su historia. Año tras año Helios y Sapentia continua creciendo exponencialmente, alcanzando a convertirse en uno de los web-blogs más visitados de España. La opinión libre es baluarte de un estado democrático, consciente de ello, propago mi sana ideología, basada en la razón iluminada. La Divina Providencia guía mi cauto proceder, de su irradiación emerge mi elocuente discurso disciplinado, ordenado, coherente y valiente. No me demoraré más, pues sus excelencias estarán expectantes en referencia al asunto que hoy me ha sido encomendado: "No codiciarás los bienes ajenos."

El décimo mandamiento en su fórmula catequética es el referente a la codicia de los bienes ajenos. Es un mandamiento de suma importancia porque en esta sencilla exhortación instructiva de Dios, se halla la clave para el triunfo en la vida propia así como en la del prójimo. La codicia y la tristeza o pesar del bien ajeno, conducen al ser humano a la perdición absoluta. La historia de la humanidad está manchada de sangre por la omisión de este importante mandamiento de Dios. La codicia está intrínsecamente ligada con la envidia, ese sentimiento tan nocivo y perturbador que fue, es y será causante de las mayores tragedias del mundo. La envidia surge a raíz de un deseo excesivo del bien del ajeno. Aquellos que sufren de este patología moral, nunca arribarán a encontrar la felicidad, pues el envidioso está en una constante insatisfacción consigo mismo, por lo que es capaz de anhelar la calamidad ajena. El envidioso vive preso de su propia frustración. El ser humano benéfico y cabal lucha por  su sueño, implicándose en los medios que llevan a su fin. La máxima del filósofo italiano Nicolás Maquiavelo: "El fin justifica los medios." Es moralmente incorrecta y se aleja de la sagrada moral cristiana. "Sin prisa pero sin pausa en un perfecto sendero de conquista kilométrica". El triunfante debe ser muy cauto y prudente en su empresa pública y personal, ya que la ambición desmesurada puede desembocar en un auténtico despropósito existencial. Una agonía fatídica que machaca al humano vencedor, imposibilitándolo para disfrutar de lo tan dignamente  conseguido. La codicia es una suerte de serpiente que te devora por dentro, un álgido impulso que te conduce a requerir en desmedida; ya sea en el plano económico o moral.

En este mandamiento el Señor nos advierte de este peligro, y nos insta de manera tajante a alejar tal diabólica intención de nuestro corazón. El Señor nos concedió los mandamientos a través de Moisés con el objetivo de protegernos. Aquel que cumple o intenta cumplir con este y el resto de los mandamientos se halla en el redil de Dios, Nuestro Señor. Existen ciertos individuos y colectivos que consideran que los mandamientos son leyes coercitivas infundamentadas. El contubernio ateo-nihilista-marxista tiene especial interés en exponer argumentaciones falaces en referencia a la legitimidad de los mandamientos del Señor; sin embargo hasta un ateo o un agnóstico de cierta categoría intelectual reconoce la benignidad emanada del seguimiento de estas normas morales reguladoras. Otros códigos éticos posmodernos intentan reemplazar los mandamientos celestiales en aras de dominar a las masas bajo un nuevo orden mundial en el cual los seres humanos serán meros números de estadísticas. El triunfo del dragón, un buen titular para anunciar la victoria del mal. Estos neomandamientos nos exhortan a ejecutar nuestra voluntad en aras de ser felices, de la mejor manera factible. De facto, el otro día tuve la oportunidad de charlar con un miembro reconocido de La Iglesia Satanista, que no es más ni menos que una organización que sigue las enseñanzas de Nietzsche, y contemplan la figura de Satanás como una metáfora de rebeldía y libertad. Este tipo no hesitaba a la hora de transmitirse su firme convicción de vivir bajo los dictados de las concupiscencias del corazón. "El placer es el fin último del humano", afirmaba de manera optimista este "señor". Cualquier persona con "dos dedos de frente" se percata de la inviabilidad de esta corriente moral, que es causante de infinidad de fatalidades presentes.

El corazón sin el filtro de la mente racional es fuente de innobles pasiones que pueden comportar la desgracia individual y colectiva más absoluta. La capacidad de razonar fue un regalo dorado de nuestro amoroso Padre Celestial; ya que gracias a ella el ser humano puede trascender la pura biología natural. La mente es un instrumento sagrado que debe ser entrenado incesantemente en la elevación de la conciencia, que nos permite conocer más profundamente el secreto de la existencia. Este enigma se halla en la cima del conocimiento universal. Sin embargo en su eterna generosidad, Dios nos desveló una parte de este misterio a través de sus profetas. Se hizo humano para guiar al rebaño perdido, dando ejemplo a la humanidad. Mas no todo el misterio ha sido desvelado, por lo que el humano que anhele conocer La Verdad debe trascender el mundo de las apariencias para adentrarse en el mundo de las esencias.

Queridos hermanos, yo os exhorto a abandonar el deseo codicioso, y sustituirlo por el deseo amoroso.


Artículo escrito por Jesús Kuicast.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Increíble la cantidad de comentarios a esta entrada. Se nota que te siguen miles de personas. :D