martes, 3 de febrero de 2015


Queridos y respetables lectores, un día más retorno en aras de proseguir con mi ardua ,más crucial, labor articulista. Es cierto que he tomado un efímero descanso, pues mi cuerpo y alma precisaban de fulgurosa paz. Durante este breve periodo de retiro, he podido ejercitar la ancestral y sabia práctica de la introspección, acompañada de una concienzuda reflexión universal. Estimados seguidores y perturbados detractores, en el día presente me ha sido encomendado abordar un asunto que suscita una gran controversia. Sin más dilación procederé a exponer el tema que hoy me concierne: El feminismo y su destructora ideología.

Nadie osará negar que la mujer ha sido relegada a un segundo o tercer plano a lo largo de la historia de la humanidad. No obstante ha sido destacada de manera sobresaliente por eminentes antropólogos y sociólogos la remota existencia paleolítica y neolítica de matriarcados, es decir, sociedades regidas por la mujer. Y en cierto modo no es ningún dislate, pues no hemos de obviar que la mujer es dadora de vida; sin ella el fenómeno divino de la vida terrenal no tendría lugar. Sin embargo esta tendencia hacia el género femenino quedó invertida, ahora era el tiempo de los hombres: fieros, fuertes y protectores. Esta condición dominante masculina arriba hasta nuestro días. Tal hecho debería hacer que nos replanteásemos de manera contundente, cuán costoso y fatigoso es cambiar las tendencias adquiridas para esta humanidad caída. Sin embargo los grandes maestros iniciados, infinitos en sabiduría y cautelosos en la exposición de la misma, han alabado incesantemente el arquetipo femenino a través de infinitas deidades procedentes de diversas culturas: diversos modos de afrontar el fenómeno espiritual de la feminidad. La concepción espiritual de La Gran Madre.

Griegos, romanos y un sinfín de antiguas civilizaciones infravaloraron a sus mujeres en nombre de artificiales leyes naturales. Tras la llegada del cristianismo, el trato hacia las féminas mejoró considerablemente, pues Jesús de Nazaret renovó los oxidados cimientos del judaísmo para instaurar La Verdad en todo su esplendor. Según Cristo, todos somos iguales ante Dios, y el amor hacia el prójimo ha de ser el primer mandamiento grabado a fuego en nuestros corazones. Esa nueva instrucción divina que El Señor nos predicó produjo una sustancial mejora en las relaciones humanas. Muchas alzarán las manos al cielo maldiciendo mis palabras, pues los grandes anticristianos han visto en la Iglesia Católica -la que fundó el mismísimo Jesucristo- un férrero instrumento inquisidor gracias al cual el dogmatismo y la misoginia pudieron llegar a su culmen. Mas yo formularía las siguientes cuestiones a todos aquellos que se aventuran a opinar sin conocer lo más mínimo; ¿no es más cierto que los cultos precristianos estaban absolutamente infundamentados y sólo basados en las supersticiones más irrisorias?,¿acaso los griegos -que alardeaban de ser grandes maestros de la filosofía y la ética- no valoraban a las mujeres como simples objetos, e incluso hacían gala de su abultado número de esclavos? De manera lamentable, Satanás ha logrado tergiversar la historia y crear oscuras nebulosas de confusión.

Si bien es cierto que La Santa Madre Iglesia tuvo colosales errores en referencia al trato dado a las mujeres, éstos no son comparables con los actos cruentos llevados a cabo por los pueblos paganos. La Iglesia siempre ha loado a María, una humilde nazarena que portó en su vientre al mismísimo hijo de Dios. Aquella que sin conocer barón dio a luz a un niño, lo crió con todo su amor y llegada la hora, contempló su muerte con fe absoluta en Dios. No ha habido mujer más santa, piadosa, bondadosa, generosa, inteligente y diligente que Santa María Virgen, La Madre del Redentor. Este hecho singular nos demuestra la importancia del género femenino para Dios, nuestro Señor. La devoción mariana se extiende por los cinco continentes, en honor a la virgen que confió en Dios sin temor. La Iglesia Católica apoya a las mujeres, ya que ellas son parte esencial de la misma.

Los años han transcurrido y consecuentemente las sociedades han avanzado en todas las facetas existenciales. La igualdad entre hombres y mujeres auspiciada por los estados democráticos y La Iglesia ha cosechado éxitos. Todos en igualdad de oportunidades para acceder al mercado laboral; y sobretodo, dotados de la libertad necesaria para escoger nuestro futuro. El hombre y la mujer se complementan conformando una dualidad plena. No habré de negar que en ciertas coyunturas la combinación de la dimensión maternal con la dimensión profesional puede ocasionar en la mujer un mayor esfuerzo para triunfar. ¿Pero hay algo más triunfante que ser madre de una criatura?  Según mi cristiano criterio, una madre es insustituible para su hijo o hija, y el esfuerzo por combinar vida maternal con vida profesional merece la pena. Occidente ha olvidado el valor de las esenciales relacionales materno-filiales. El establecimiento de políticas relativistas, así como la promulgación de ideas perniciosas y blasfemas han provocado un descenso cuantitativo de madres en potencia. 

Nos hallamos ante un fracaso de dimensiones colosales, pues han primados los intereses egoístas en lugar de los actos altruistas. Mujeres impúdicas profanando templos en nombre de la supremacía femenina,¡qué dantesco espectáculo! Jóvenes defensores del amor y el sexo libre. Hijos del diablo entregados a la lujuria más sodomita. ¡Abortos! El principio del fin.

Artículo escrito por Jesús Kuicast.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

"Tras la llegada del cristianismo, el trato hacia las féminas mejoró considerablemente"

De risa. Lo que ponga la biblia, recuerda, que no es lo mismo que ha sucedido a lo largo de la historia. Una pena, tanta religiosidad vician tus articulos.
Y por cierto, podré ser madre en potencia pero en acto soy una persona que decide como vivir su vida.

Anónimo dijo...

se te a hido la holla, de que vas tio de verdad lee 2 veces lo que as escrito y si siges pensando lo mismo vete a un sicologo , no lo digo como improperio sino porque me parece increible que algien piense asi . un saludo.

Anónimo dijo...

Me ha gustado el artículo Jesús.

Tal vez ha faltado recalcar que en esos avances se dieron gracias y gran medida a la congregación de mujeres en movimientos feministas (sufragistas), muchas de ellas, eran católicas (sobre todo en España).
Ese real feminismo de la primera oleada era inigualable. Sin embargo, el feminismo de la segunda oleada (pro aborto) es el que vino a corromper los principios reales para la mejora social entre hombres y mujeres.

Por su parte, la Iglesia Católica en su documento Mulieris Dignitatem hace un claro reconocimiento sobre estos condicionamientos culturales, históricos y sociales a los que también ella estuvo sujeta, y pide perdón.

Pero ha sido la Iglesia, pese a esto, la primera en valorar la feminidad, el género (y genios) femeninos desde hace siglos, desde sea una perspectiva limitada o no de sus miembros (también mujeres), a incentivar la espiritualidad en ellas, creó ministerios religiosos para ellas, congregaciones, y el orden de las vírgenes, por ejemplo; todo para sufragar las necesidades de sus fieles femeninas. Muchos Santos Padres reconocían a místicas de sus tiempos, les autorizaban la creación de ordenaciones religiosas. La historia no miente, no puede condenarse a toda una Institución por ignorancia (como hacen aquí algunos comentaristas).

Hoy, la Iglesia es uno de los principales motores en la defensa de los derechos de las mujeres, niños y niñas, sobre todo en oriente. Hoy la Iglesia atiende a mujeres refugiadas, migrantes, en crisis, a través de sus miembros, de las misiones en el extranjero.

El feminismo bien entendido (sin posmodernismos falaces), contribuye, desde la perspectiva cristiana, a actualizar el mensaje divino sobre el objeto de la creación de la humanidad. Luchando contras las consecuencias del pecado original. Cristo fue el mayor ejemplo de ello.