La noche y el
día, la luz y la oscuridad, el invierno y el verano. Todo es perfecto. Todo es
cíclico. Todo es necesario.
Al igual
que siento alegría en la luz, doy gracias cuando transito la oscuridad, ya que
es la oportunidad que me brinda el universo para un nuevo amanecer, para un
nuevo despertar.
Miro
fuera de mí, observo la naturaleza y todas las respuestas me son dadas; soy un microcosmos un pequeño Universo, y todas las verdades de fuera existen en mi
interior.
Todo se
renueva en la naturaleza: hojas que se caen; nieve que vuelve a ser agua; la
luna que emerge tras un ciclo de oscuridad; el árbol que es testigo silente de
lo que ocurre a su alrededor y crece en su silencio infinito; una embarazada que gesta una hermosa realidad
haciendo sin hacer…
Así es mi
interior: cambiante como la naturaleza, mágico como el ciclo de la vida con
días y noches.
En
mi oscuridad invernal interior siempre
hay que dar gracias, porque es en el silencio del descanso, del invierno, donde
se genera el potencial infinito de la semilla que llegará a ser árbol.
Lo que se
estanca se pudre. No hay nada más hermoso que el agua que discurre en su camino
hacia el mar sin pararse porque haya piedras en su cauce, adoptando
y amoldando su forma para seguir circulando.
El día
es hermoso y la noche es mágica; el sol brilla y me da vida hoy; la luna me
muestra que todo es cíclico, que todo nace y renace. Cuando la luna es oscura
no significa que ya no hay más luna, significa que tras ella resurge hermosa y
en su plenitud, con todo su brillo.
Al igual que a
la naturaleza, el cosmos me ofrece la
oportunidad de la renovación.
Y así,
soy como el agua que fluye hacia el mar incansable entre las piedras de su
cauce. Soy como el árbol que deja caer sus hojas creciendo y elevándose hacia
el cielo en su ciclo un poco más. Soy como el sol que alumbra su día y alimenta
de dones todo tu ser. Soy como la luna, cuyos ciclos se repiten incansablemente
hasta la eternidad sin perder en ningún momento su magia.
Entender la
naturaleza es entender mi esencia.
La gracia
divina me da la oportunidad de desechar
siempre en mis ciclos todo lo que ya me es inservible.
El árbol
en cada renovación está más cerca del cielo, al igual que mi alma.
Me nutro cuando estoy en plenitud, cuando el verano
esté en todo su auge; de este modo los inviernos serán menos crudos y los
afrontaré con reservas.
Cuando siento el
vacío interior, la desolación del crudo invierno, miro hacia el cielo y, viendo
el titilar de las estrellas, siento que la luz existe, que todo forma parte de la
magia de la vida.
Cual
madre amorosa, el Universo nos permite renovar nuestros ropajes ya desfasados y
lucir el esplendor de la renovación, de la revitalización, del que comienza a
cada instante una nueva aventura.
Mariví
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