viernes, 20 de diciembre de 2013

La noche y el día, la luz y la oscuridad, el invierno y el verano. Todo es perfecto. Todo es cíclico. Todo es necesario.
 Al igual que siento alegría en la luz, doy gracias cuando transito la oscuridad, ya que es la oportunidad que me brinda el universo para un nuevo amanecer, para un nuevo despertar.
  Miro fuera de mí, observo la naturaleza y todas las respuestas me son dadas;  soy un microcosmos un pequeño Universo, y  todas las verdades de fuera existen en mi interior.
Todo se renueva en la naturaleza: hojas que se caen; nieve que vuelve a ser agua; la luna que emerge tras un ciclo de oscuridad; el árbol que es testigo silente de lo que ocurre a su alrededor y crece en su silencio infinito;  una embarazada que gesta una hermosa realidad haciendo sin hacer…  
Así es mi interior: cambiante como la naturaleza, mágico como el ciclo de la vida con días y noches.
 En mi  oscuridad invernal interior siempre hay que dar gracias, porque es en el silencio del descanso, del invierno, donde se genera el potencial infinito de la semilla que llegará a ser árbol.
Lo que se estanca se pudre. No hay nada más hermoso que el agua que discurre en su camino hacia el mar sin pararse porque haya piedras en su cauce,  adoptando  y amoldando su forma para seguir circulando.
 El día es hermoso y la noche es mágica; el sol brilla y me da vida hoy; la luna me muestra que todo es cíclico, que todo nace y renace. Cuando la luna es oscura no significa que ya no hay más luna, significa que tras ella resurge hermosa y en su plenitud, con todo su brillo.
Al igual que a la naturaleza, el  cosmos me ofrece la oportunidad de la renovación.
 Y así, soy como el agua que fluye hacia el mar incansable entre las piedras de su cauce. Soy como el árbol que deja caer sus hojas creciendo y elevándose hacia el cielo en su ciclo un poco más. Soy como el sol que alumbra su día y alimenta de dones todo tu ser. Soy como la luna, cuyos ciclos se repiten incansablemente hasta la eternidad sin perder en ningún momento su magia.
Entender la naturaleza es entender mi esencia.
La gracia divina me da  la oportunidad de desechar siempre en mis ciclos todo lo que ya me es inservible.
 El árbol en cada renovación está más cerca del cielo, al igual que mi alma.
Me nutro  cuando estoy en plenitud, cuando el verano esté en todo su auge; de este modo los inviernos serán menos crudos y los afrontaré con reservas.
Cuando siento el vacío interior, la desolación del crudo invierno, miro hacia el cielo y, viendo  el titilar de las estrellas, siento  que la luz existe, que todo forma parte de la magia de la vida.
 Cual madre amorosa, el Universo nos permite renovar nuestros ropajes ya desfasados y lucir el esplendor de la renovación, de la revitalización, del que comienza a cada instante una nueva aventura.

Mariví

0 comentarios: