Siempre había querido aprender a
bailar y siempre encontraba una razón para no hacerlo. Un día sentí que
si algo realmente lo quiero no existen excusas para posponer.
El deseo era profundo y contundente; así logré integrarlo en mi vida junto a la crianza, mi
trabajo y mis clases de yoga.
Lo que creí sería una simple diversión transformó mi vida para
siempre.
Mover mi cuerpo envuelta en la música, despertó las energías
dormidas de mi feminidad Y de ese modo comencé a honrar el templo sagrado que habito en forma
de cuerpo de mujer cuidándome como rito diario.
Bailando en pareja perdí el miedo al contacto entre dos cuerpos que,
más allá de los prejuicios sociales, es un sublime modo de comunicación sin
palabras desde la alegría que eleva las almas y las conecta en su estado más
puro.
Experimenté lo hermoso del baile en que el hombre lleva a la mujer sin imponerse
mientras que la mujer se deja llevar sin someterse, en un equilibrio de
energías masculina y femenina que genera fluidez y belleza.
Empezaron a aflorar mis complejos y mis limitaciones que, atrapados
en el cuerpo se liberaban en el movimiento. Bailar es una terapia que ayuda al
subconsciente a emerger, para así ponerle conciencia y sanar.
En muchas sociedades chamánicas, si acudías al chamán o persona
curandera aquejado de desaliento, desánimo o depresión te hacía una de estas
cuatro preguntas: ¿Cuánto dejaste de bailar? ¿Cuándo dejaste de cantar? ¿Cuándo
dejaste de embelesarte por los cuentos? ¿Cuándo dejaste de encontrar consuelo
en el dulce territorio del silencio?
Bailar, cantar, contar cuentos y el silencio son los cuatro
bálsamos curativos universales.
Así supe que cuando algo se desea con toda la fuerza no son sino
las voces del alma que te indican el camino hacia la plenitud.
Mariví
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