lunes, 17 de febrero de 2014


Siempre había querido aprender a  bailar y siempre encontraba una razón para no hacerlo. Un día sentí que si algo realmente lo quiero no existen excusas para posponer.
El deseo era profundo y contundente; así logré  integrarlo en mi vida junto a la crianza, mi trabajo y mis clases de yoga.

Lo que creí sería una simple diversión transformó mi vida para siempre.

Mover mi cuerpo envuelta en la música, despertó las energías dormidas de mi feminidad Y de ese modo comencé a  honrar el templo sagrado que habito en forma de cuerpo de mujer cuidándome como rito diario.

Bailando en pareja perdí el miedo al contacto entre dos cuerpos que, más allá de los prejuicios sociales, es un sublime modo de comunicación sin palabras desde la alegría que eleva las almas y las conecta en su estado más puro.

Experimenté lo hermoso del baile en  que el hombre lleva a la mujer sin imponerse mientras que la mujer se deja llevar sin someterse, en un equilibrio de energías masculina y femenina que genera fluidez y belleza.

Empezaron a aflorar mis complejos y mis limitaciones que, atrapados en el cuerpo se liberaban en el movimiento.  Bailar es una terapia que ayuda al subconsciente a emerger, para así ponerle conciencia y sanar.


En muchas sociedades chamánicas, si acudías al chamán o persona curandera aquejado de desaliento, desánimo o depresión te hacía una de estas cuatro preguntas: ¿Cuánto dejaste de bailar? ¿Cuándo dejaste de cantar? ¿Cuándo dejaste de embelesarte por los cuentos? ¿Cuándo dejaste de encontrar consuelo en el dulce territorio del silencio?
Bailar, cantar, contar cuentos y el silencio son los cuatro bálsamos curativos universales.

Así supe que cuando algo se desea con toda la fuerza no son sino las voces del alma que te indican el camino hacia la plenitud.


Mariví
17 Feb 2014

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