jueves, 29 de enero de 2015


Siempre he creído que una persona sin palabra pierde su honor y toda la consideración que se le pudiese tener. Pueden existir contratos por escrito y compromisos legales de todo tipo que den formalidad a cualquier acuerdo, pero yo siempre he dado un gran valor a la palabra de cada persona. Todo aquel que cumple lo que dice y que respeta los pactos que realiza goza con el reconocimiento y la confianza de quienes le rodean, que siempre estarán dispuestos a colaborar y a apoyar a gente seria y responsable. Esta misma percepción se puede trasladar a los estados y a los gobiernos: un Gobierno sin palabra pierde toda la credibilidad y todos los apoyos que hubiera podido tener. El pueblo griego, con su voto en las elecciones del 25 de enero, ha dado carta blanca a Syriza para que rompa la palabra de Grecia.

No vale ninguna excusa. No importan las justificaciones populistas que se quieran dar. Una Nación que se quiere negar a pagar sus deudas cae en un abismo moral inaceptable, además de asomarse al precipicio económico. Por muchas patrañas que quieran contar Alexis Tsipras y los suyos, la realidad es que los únicos culpables de la situación de Grecia están dentro de la propia Grecia. Porque fue en Grecia donde, en los años previos a la crisis, gobiernos irresponsables elegidos por los griegos recurrieron a endeudarse brutalmente para financiar el gasto público descontrolado que fomentaban. También fue en Grecia donde esos gobiernos, ante la amenaza de la crisis, no tomaron las medidas necesarias para acabar con la sobredimensión del Estado y el despilfarro de dinero que ahogaba el país, condenándolo al rescate.

Así, llegaron los “malvados europeos” encabezados por Ángela Merkel y sus secuaces de la Troika para asumir las consecuencias del descalabro griego. Les hicieron una quita del 73% de la deuda y les entregaron un rescate de 100.000 millones de euros que les diera liquidez para evitar la bancarrota del Estado. A cambio, como no podía ser de otra manera, les exigieron ajustes del gasto que hiciesen posible la viabilidad económica de Grecia. Ahora, Syriza se niega a aceptar dicha situación y plantea ni más ni menos que otra quita y el rechazo a las medidas de austeridad. El mensaje que quiere transmitir Tsipras a los organismos internacionales sería una cosa así:

“No tenemos dinero para pagar la deuda. No nos da la gana de reducir el gasto y de llevar a cabo profundas reformas del Estado, porque nosotros lo que queremos es gastar más para preservar los derechos sociales e incentivar la economía. Por tanto, nos tenéis que hacer otra quita y facilitarnos ayudas económicas de vuestro bolsillo para que podamos llevar a cabo nuestro programa”

Dejando a un lado lo absurdo que resulta tratar de solucionar una crisis de endeudamiento público con más gasto público, me gustaría comentar brevemente dos aspectos. En primer lugar, Tsipras no se da cuenta de que agarrarse a la defensa incondicional del actual modelo de bienestar griego le va a llevar a la destrucción del proveedor de ese bienestar, que es el Estado. En segundo lugar, es impactante que Syriza exija dinero ajeno para ejecutar un programa con escasas posibilidades de éxito y sin ofrecer ningún tipo de garantía. Pero no solo eso, es que además pide otra quita de la deuda, lo cual resulta hasta vergonzoso habiéndose beneficiado ya de una reducción del 73%.


No se trata de hacer pagar a Grecia sean cuales sean las consecuencias para el país y sus gentes. La Unión Europea y el FMI evitaron en su momento que Grecia quebrara, y deben ahora facilitar que pueda pagar de forma sostenible, alargando los plazos de pago y dando facilidades para el mismo. Eso sí, los límites deben ser claros: ni perdonar un solo euro más ni financiar las locuras de Syriza. Grecia debe adoptar una postura conciliadora y sentarse a negociar con otra actitud. Si Syriza insiste en llevar a cabo sus planes, recibirá el rechazo internacional, no podrá pagar los gastos corrientes del país ni podrá pagar sus deudas. Grecia caerá en la bancarrota. Si piensan que no pueden estar peor, que esperen a ver lo que les depara el radicalismo de la izquierda.

Artículo escrito por Adrián Nicolás Doblas.

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