Paul Gauguin nació en París en 1848, y desde sus primeros instantes
de vida parecía estar predestinado a tener una vida de luces y sombras así como
marcada por un gran espíritu aventurero. Cuando el joven contaba con apenas
unos meses la familia se vio obligada a exiliarse a Perú, por miedo a las
posibles represalias contra los liberales tras el ascenso al poder de Napoleón
III.
Tras pasar
unos años entre la alta sociedad peruana Gauguin volvió a Francia, pero poco
queda de los lujos y la comodidad de los que había disfrutado antes, por lo que
se ve obligado a vivir de manera modesta en provincias junto a los suyos. Encerrado,
este mundo parece venírsele encima y decide alistarse en la Armada Francesa en
busca de aventuras, es en estas fechas, 1870, cuando el artista participa en la
guerra franco-prusiana.
En 1871
Gauguin regresa a Francia y por influencia de Gustave Arose comienza una
exitosa carrera como agente de la Bolsa que verá su final en 1882. Sin empleo,
se entrega plenamente a la pintura y contrae matrimonio con la danesa Mette
Gad, fruto de esta unión nacerán cinco hijos. De nuevo el joven artista se ve
sumido en la miseria más profunda, y decide trasladarse junto con su mujer y
sus hijos a diversas localidades como Rouen y Copenhague, pero no es capaz de
mantener económicamente a su familia, por lo que decide partir en solitario e
instalarse en un pueblo bretón, Pont Aven. Sin embargo, inquieto por
naturaleza, Gauguin decidió emprender rumbo a Panama, donde su cuñado le había
prometido un puesto de trabajo fijo como excavador del canal, pero las
enfermedades y el clima minan su salud y se ve obligado a volver a Pont Aven.
Tras su
vuelta entra en contacto con un grupo de jóvenes artistas sin fortuna y nuestro
protagonista se hace de notar, las obras realizadas en el Caribe ponen de
manifiesto una técnica nueva que captará la atención de sus compañeros. El tema
de las obras cobra mayor importancia frente al paisaje, el dibujo delimita las
formas con precisión, el color se distribuye en zonas amplías y no posee una
gran fragmentación.

En la
escena observamos a tres mujeres bretonas adorando a Cristo, ya crucificado,
las cuales se disponen en semicírculo alrededor del mártir. Si uno se fija en
el cuadro se dará cuenta de que existe un hueco para completar el círculo, y es
este efecto el que parece invitar al espectador a unirse a la oración. En un
segundo plano se halla un hombre, que parece estar saltando una valla, esta
figura ha sido objeto de controversia y estudiosos como Raymond Cogniat parecen
haberlo interpretado como un deseo de evasión.
A partir de 1888 Gauguin inicia una etapa de colaboración
con su amigo Van Gogh y ambos deciden trasladarse a Arles, sin embargo esta
situación no dudará mucho, ambos tienen personalidades demasiado fuertes y la
tensión entre ambos es continua:
-¡Te juro que un día de estos cojo, me voy y no me vuelves a
ver, so loco!
-¡Cállate de una santa vez Gauguin, estoy hasta las narices
de tus gritos! ¡El día que te vayas mis orejas te lo agradecerán!
Suponemos
que estas palabras, u otras muy parecidas, fueron las últimas que se dijeron. Algo
de verdad había en ellas porque poco más tarde Gauguin se embarcó en dirección
a Tahití y el holandés, deprimido, se mutiló una oreja, pero esto es otra
historia.
Antes de
embarcarse rumbo a la isla el pintor recibió una pseudomisión por parte del
Ministerio, esto hará que sea bien recibido por los funcionarios coloniales y
por la población local, encabezada por el rey Pomaré, quien le da sinceras
muestras de simpatía. Tras la muerte de este último, la situación personal del
artista vuelve a resentirse, aparecen los primeros síntomas de desencanto tras numerosos
pleitos con las autoridades francesas, y por otro lado con los artistas de la
isla, quienes en ojos de Gauguin no poseen la suficiente pasión como para crear
grandes obras.
Lo cotidiano parece adueñarse de su día
a día y decide romper con todo, desprenderse de su anterior concepción anterior
del mundo y entrar a formar parte de la comunidad nativa. Sabores nuevos,
sonidos diferentes, pensamientos inimaginables en Europa y dioses primitivos
invaden la vida del artista, queda fascinado, se siente como un explorador del
nuevo mundo y todo es objeto de admiración. De este modo, vemos cómo la
temática de sus cuadros parece centrarse en el exotismo que desprenden las
antípodas que le vieron nacer de nuevo.
Artículo escrito por Alberto Cárceles Martínez Lozano.
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