miércoles, 28 de enero de 2015

Paul Gauguin nació en París en 1848, y desde sus primeros instantes de vida parecía estar predestinado a tener una vida de luces y sombras así como marcada por un gran espíritu aventurero. Cuando el joven contaba con apenas unos meses la familia se vio obligada a exiliarse a Perú, por miedo a las posibles represalias contra los liberales tras el ascenso al poder de Napoleón III.

Tras pasar unos años entre la alta sociedad peruana Gauguin volvió a Francia, pero poco queda de los lujos y la comodidad de los que había disfrutado antes, por lo que se ve obligado a vivir de manera modesta en provincias junto a los suyos. Encerrado, este mundo parece venírsele encima y decide alistarse en la Armada Francesa en busca de aventuras, es en estas fechas, 1870, cuando el artista participa en la guerra franco-prusiana.

 En 1871 Gauguin regresa a Francia y por influencia de Gustave Arose comienza una exitosa carrera como agente de la Bolsa que verá su final en 1882. Sin empleo, se entrega plenamente a la pintura y contrae matrimonio con la danesa Mette Gad, fruto de esta unión nacerán cinco hijos. De nuevo el joven artista se ve sumido en la miseria más profunda, y decide trasladarse junto con su mujer y sus hijos a diversas localidades como Rouen y Copenhague, pero no es capaz de mantener económicamente a su familia, por lo que decide partir en solitario e instalarse en un pueblo bretón, Pont Aven. Sin embargo, inquieto por naturaleza, Gauguin decidió emprender rumbo a Panama, donde su cuñado le había prometido un puesto de trabajo fijo como excavador del canal, pero las enfermedades y el clima minan su salud y se ve obligado a volver a Pont Aven.


Tras su vuelta entra en contacto con un grupo de jóvenes artistas sin fortuna y nuestro protagonista se hace de notar, las obras realizadas en el Caribe ponen de manifiesto una técnica nueva que captará la atención de sus compañeros. El tema de las obras cobra mayor importancia frente al paisaje, el dibujo delimita las formas con precisión, el color se distribuye en zonas amplías y no posee una gran fragmentación.

Todos estos rasgos quedan patentes en su obra El Cristo amarillo, en la cual emplea la técnica del cloissone. Esta consiste en la utilización de colores planos delimitados por finas líneas negras. Su difusión comienza a mediados del siglo XIX, aunque podemos encontrar antecedentes en la pintura sobre vidriera o en la pintura japonesa.
            
En la escena observamos a tres mujeres bretonas adorando a Cristo, ya crucificado, las cuales se disponen en semicírculo alrededor del mártir. Si uno se fija en el cuadro se dará cuenta de que existe un hueco para completar el círculo, y es este efecto el que parece invitar al espectador a unirse a la oración. En un segundo plano se halla un hombre, que parece estar saltando una valla, esta figura ha sido objeto de controversia y estudiosos como Raymond Cogniat parecen haberlo interpretado como un deseo de evasión.

A partir de 1888 Gauguin inicia una etapa de colaboración con su amigo Van Gogh y ambos deciden trasladarse a Arles, sin embargo esta situación no dudará mucho, ambos tienen personalidades demasiado fuertes y la tensión entre ambos es continua:

-¡Te juro que un día de estos cojo, me voy y no me vuelves a ver, so loco!

-¡Cállate de una santa vez Gauguin, estoy hasta las narices de tus gritos! ¡El día que te vayas mis orejas te lo agradecerán!

Suponemos que estas palabras, u otras muy parecidas, fueron las últimas que se dijeron. Algo de verdad había en ellas porque poco más tarde Gauguin se embarcó en dirección a Tahití y el holandés, deprimido, se mutiló una oreja, pero esto es otra historia.

Antes de embarcarse rumbo a la isla el pintor recibió una pseudomisión por parte del Ministerio, esto hará que sea bien recibido por los funcionarios coloniales y por la población local, encabezada por el rey Pomaré, quien le da sinceras muestras de simpatía. Tras la muerte de este último, la situación personal del artista vuelve a resentirse, aparecen los primeros síntomas de desencanto tras numerosos pleitos con las autoridades francesas, y por otro lado con los artistas de la isla, quienes en ojos de Gauguin no poseen la suficiente pasión como para crear grandes obras.
            
Lo cotidiano parece adueñarse de su día a día y decide romper con todo, desprenderse de su anterior concepción anterior del mundo y entrar a formar parte de la comunidad nativa. Sabores nuevos, sonidos diferentes, pensamientos inimaginables en Europa y dioses primitivos invaden la vida del artista, queda fascinado, se siente como un explorador del nuevo mundo y todo es objeto de admiración. De este modo, vemos cómo la temática de sus cuadros parece centrarse en el exotismo que desprenden las antípodas que le vieron nacer de nuevo.



Artículo escrito por Alberto Cárceles Martínez Lozano.

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