sábado, 2 de julio de 2016


Edgar Allan Poe dijo: “Ninguno de los incidentes que pueden ocurrir en el curso de la existencia humana es tan propicio para inspirar el sumo dolor físico y mental como verse enterrado en vida”.

Se han dado bastantes casos de gente que ha “resucitado” en plena mesa de autopsias o incluso de gente que a mostrado signos de estar viva justo antes de que le practicaran la primera incisión. El miedo a ser enterrado vivo fue una constante en Europa y Estados Unidos durante el siglo XIX. La arcaica ciencia médica de la época y las constantes pestes y enfermedades contagiosas hacían posible que seres humanos fueran enterrados con vida. Para evitar que esto ocurriese se extendieron por los cementerios europeos mecanismos de seguridad que permitían que el desgraciado que hubiese sido enterrado vivo pudiese pedir ayuda. El más común era ubicar una campana al lado de la sepultura que los no-muertos pudiesen hacer sonar desde su ataúd. Desde el siglo XVII se popularizaron en Alemania, Francia, Portugal y otros países los llamados “hospitales” o “casas” de muertos, instalaciones situadas en los alrededores de las grandes ciudades en las que se dejaba pudrirse a los cadáveres durante días con el objetivo de asegurarse de que estaban realmente muertos.

Como dijo Poe: “Los límites que separan la vida de la muerte son, en el mejor de los casos, borrosos e indefinidos”… ¿Quién podría decir dónde termina uno y dónde empieza el otro?.


Emilia Casas Fernández

0 comentarios: