viernes, 6 de febrero de 2015



La educación pública siempre ha sido un tema muy polémico, en el que las fuerzas políticas nunca han sido capaces de llegar a acuerdos. Últimamente, están causando mucha controversia las diversas reformas educativas que se están llevando a cabo desde el Gobierno, sobre todo aquellas que afectan al ámbito universitario. Mi objetivo en este artículo no es hacer una crítica de las reformas recientes, ni plantear que haría yo en aspectos concretos. Lo que pretendo es hacer una reflexión general que refleje la base sobre la que pienso que debe asentarse un sistema universitario. Creo que es más que evidente que este país necesita plantearse que quiere hacer con sus universidades públicas, porque la situación actual no es nada buena: España no tiene ninguna universidad pública entre las 200 mejores del mundo.

Tengo claro que la universidad debe ser el lugar donde se generen las élites intelectuales. Una élite suele ser un grupo no muy amplio, al que resulta difícil acceder y que posee unas características específicas. Este concepto suele causar rechazo, pues se considera restrictivo, en especial al relacionarlo con la educación. El motivo principal de este rechazo es que algunos han vendido que esta exclusividad supone limitar el acceso a la educación a quien pueda pagarla, es decir, a las élites económicas. Desde luego, esto no es lo que yo propongo. Sin embargo, si estoy convencido de que la universidad no es para todo el mundo. Que se exija que el Estado ofrezca plazas para todo aquel que cumpla unos requisitos mínimos de acceso es el primer fallo que devalúa nuestro sistema universitario. El segundo, es demandar una beca para cualquier estudiante que la pida y que cumpla, de nuevo, unos requisitos mínimos.

Hay que exigir mucho más a aquellos que quieran entrar y permanecer en la universidad. En esas aulas deben estar los alumnos con mejores aptitudes y actitudes, los mejores de cada generación. La labor del Estado no es ofrecer estudios universitarios para todo el que los quiera, sea cual sea su nivel, sino asegurarse de que los mejores tengan su plaza, independientemente de su capacidad económica o social. Nuestro sistema universitario se vuelve mediocre desde el momento en el que deja de atender la excelencia de unos pocos para regirse por la media que marcan muchos.  Por tanto, el primer paso es evitar la saturación de las aulas universitarias, instaurar filtros mucho más exhaustivos que den paso a los alumnos que sean realmente válidos.

Una vez en la universidad, el Estado debe financiar a todos aquellos estudiantes que cumplan con su obligación de rendir a un nivel alto. Las becas son un premio para todo el que mantenga un esfuerzo constante que le permita obtener resultados óptimos. Sin embargo, en este país se insiste en regalar las becas, lo cual supone eliminar su carácter de incentivo para los estudiantes y cargar al Estado con malas inversiones. A modo de ejemplo diré que fue lamentable observar las críticas feroces que se hicieron a la propuesta de fijar el 6,5 como nota media necesaria para acceder a una beca. ¿De verdad se le puede exigir menos a un alumno universitario?

Quizás el gran problema es que muchos creen que ir a la universidad es parte del derecho a la educación que todos tenemos. Se equivocan. El Estado debe asegurarse de que todas las personas puedan recibir educación desde preescolar hasta bachillerato. A partir de ahí, las capacidades de cada individuo deben ser las que determinen su camino. Como decía antes, no todo el mundo vale para estar en la universidad, y es por eso por lo que el resto de opciones educativas (Formación Profesional, Grados medios y superiores etc.) deben funcionar de forma efectiva, para ofrecer a estas personas otras posibilidades para continuar con su formación que se adapten mejor a sus necesidades. Cada alumno que abandona su carrera, que tarda más de la cuenta en terminarla o que se aprovecha de una beca viviendo bajo la ley del mínimo esfuerzo representa una pérdida de tiempo y recursos para el Estado que no hay por qué asumir. La inversión de una nación en educación superior es buena y necesaria, pero se le debe dar un sentido ideal: destinar todo el dinero que sea preciso, pero a quienes de verdad vayan a aprovecharlo.


Antes de tener cantidad, necesitamos tener calidad en las aulas. Teniendo a los mejores podremos diseñar programas de estudios de mayor calidad, destinar los recursos a quienes de verdad lo merecen y lo necesitan y conseguir que las carreras universitarias vuelvan a tener el valor que merecen.

Artículo escrito por Adrián Nicolás Doblas.

1 comentarios:

Unknown dijo...

Cuantas carreras universitarias tiene usted?