La
educación pública siempre ha sido un tema muy polémico, en el que las fuerzas
políticas nunca han sido capaces de llegar a acuerdos. Últimamente, están
causando mucha controversia las diversas reformas educativas que se están
llevando a cabo desde el Gobierno, sobre todo aquellas que afectan al ámbito
universitario. Mi objetivo en este artículo no es hacer una crítica de las
reformas recientes, ni plantear que haría yo en aspectos concretos. Lo que
pretendo es hacer una reflexión general que refleje la base sobre la que pienso
que debe asentarse un sistema universitario. Creo que es más que evidente que
este país necesita plantearse que quiere hacer con sus universidades públicas,
porque la situación actual no es nada buena: España no tiene ninguna
universidad pública entre las 200 mejores del mundo.
Tengo
claro que la universidad debe ser el lugar donde se generen las élites
intelectuales. Una élite suele ser un grupo no muy amplio, al que resulta
difícil acceder y que posee unas características específicas. Este concepto
suele causar rechazo, pues se considera restrictivo, en especial al
relacionarlo con la educación. El motivo principal de este rechazo es que
algunos han vendido que esta exclusividad supone limitar el acceso a la
educación a quien pueda pagarla, es decir, a las élites económicas. Desde
luego, esto no es lo que yo propongo. Sin embargo, si estoy convencido de que
la universidad no es para todo el mundo. Que se exija que el Estado ofrezca plazas
para todo aquel que cumpla unos requisitos mínimos de acceso es el primer fallo
que devalúa nuestro sistema universitario. El segundo, es demandar una beca
para cualquier estudiante que la pida y que cumpla, de nuevo, unos requisitos
mínimos.
Hay que
exigir mucho más a aquellos que quieran entrar y permanecer en la universidad.
En esas aulas deben estar los alumnos con mejores aptitudes y actitudes, los
mejores de cada generación. La labor del Estado no es ofrecer estudios
universitarios para todo el que los quiera, sea cual sea su nivel, sino
asegurarse de que los mejores tengan su plaza, independientemente de su
capacidad económica o social. Nuestro sistema universitario se vuelve mediocre
desde el momento en el que deja de atender la excelencia de unos pocos para
regirse por la media que marcan muchos. Por tanto, el primer paso es evitar la
saturación de las aulas universitarias, instaurar filtros mucho más exhaustivos
que den paso a los alumnos que sean realmente válidos.
Una vez
en la universidad, el Estado debe financiar a todos aquellos estudiantes que
cumplan con su obligación de rendir a un nivel alto. Las becas son un premio
para todo el que mantenga un esfuerzo constante que le permita obtener
resultados óptimos. Sin embargo, en este país se insiste en regalar las becas,
lo cual supone eliminar su carácter de incentivo para los estudiantes y cargar
al Estado con malas inversiones. A modo de ejemplo diré que fue lamentable
observar las críticas feroces que se hicieron a la propuesta de fijar el 6,5
como nota media necesaria para acceder a una beca. ¿De verdad se le puede
exigir menos a un alumno universitario?
Quizás
el gran problema es que muchos creen que ir a la universidad es parte del
derecho a la educación que todos tenemos. Se equivocan. El Estado debe
asegurarse de que todas las personas puedan recibir educación desde preescolar
hasta bachillerato. A partir de ahí, las capacidades de cada individuo deben
ser las que determinen su camino. Como decía antes, no todo el mundo vale para
estar en la universidad, y es por eso por lo que el resto de opciones
educativas (Formación Profesional, Grados medios y superiores etc.) deben
funcionar de forma efectiva, para ofrecer a estas personas otras posibilidades
para continuar con su formación que se adapten mejor a sus necesidades. Cada
alumno que abandona su carrera, que tarda más de la cuenta en terminarla o que
se aprovecha de una beca viviendo bajo la ley del mínimo esfuerzo representa
una pérdida de tiempo y recursos para el Estado que no hay por qué asumir. La
inversión de una nación en educación superior es buena y necesaria, pero se le
debe dar un sentido ideal: destinar todo el dinero que sea preciso, pero a
quienes de verdad vayan a aprovecharlo.
Antes
de tener cantidad, necesitamos tener calidad en las aulas. Teniendo a los
mejores podremos diseñar programas de estudios de mayor calidad, destinar los
recursos a quienes de verdad lo merecen y lo necesitan y conseguir que las
carreras universitarias vuelvan a tener el valor que merecen.
Artículo escrito por Adrián Nicolás Doblas.
1 comentarios:
Cuantas carreras universitarias tiene usted?
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